martes, 24 de diciembre de 2013

Gracias a nuestra amiga Susana que nos ayuda a reflexionar sobre este mes...


Estrella de Belén


Diciembre
Susana Freire García*

En medio del ajetreo y bullicio propios de diciembre, me parece que no queda mayor tiempo para la reflexión y el necesario silencio. La alegría no está vinculada a lo externo, mas bien nace de una satisfacción interna y de la realización personal, de ahí que cualquier intento por aparentar lo que no somos en estas fechas, al final queda solo en eso. Diciembre es sin duda el mes más contradictorio del año, es la época en que posiblemente nacen los mejores sentimientos (aunque para ser honesta me parece un desatino esperar una fecha en particular, para mostrar nuestro lado sensible), y al mismo tiempo, en el que la vanidad y el despilfarro llegan a su momento culmen. Entre estos dos polos opuestos, surge una necesaria pregunta ¿qué tiene este mes en especial con respecto a los otros? Sin ánimo de dar una respuesta, ya que cada lector puede tener la suya, mas bien y en mi calidad de investigadora me atrevo a plantear una hipótesis que deja de lado las creencias religiosas, ya que esto es una cuestión muy personal, y se inclina mas bien por aquello que nos acerca a nuestros semejantes a partir de una óptica humanística. Creo que diciembre despierta en nosotros aquella necesidad de convivir en un mundo mejor, en el que tanto los sueños personales como colectivos sean posibles de alcanzar. Estos ideales de igualdad y justicia tan acariciados por la humanidad, tocan las fibras íntimas de nuestro ser que aún permanecen incólumes, por encima del paso del tiempo y los sinsabores propios de la existencia. Es como si tuviésemos nuevamente la oportunidad de empezar y de luchar por aquello en lo que creemos, aun cuando eso implique nadar en contra de la corriente. El deseo se renueva y por ende la vida, y es en este punto cuando aquellos estímulos externos que provienen de la fiesta y la algarabía, pueden convertirse en detonantes positivos. Ya sea que nos emocionemos con la reunión familiar, las delicias culinarias, los recuerdos de la infancia, la melodía de algún villancico, las luces de navidad, o el olor a palo santo o a sahumerio, lo importante es que la alegría que provocan, sea el impulso que nos invite a dar un giro positivo y a trabajar en aquello que necesitamos. Cada quien conoce sus falencias y limitaciones, y la decisión de dar un paso hacia delante conlleva un compromiso de vida que no admite temores. Mas si nos quedamos con la emoción pasajera de la fiesta, seremos como esos bellos juegos pirotécnicos que brillan por un instante, para luego perderse en la oscuridad. Y el compromiso de ser lo que anhelamos ser, debe extenderse al compromiso de ser ciudadanos de Quito en toda la extensión de la palabra. Esta ciudad es nuestra casa, y generosa nos brinda su hondón, pese a los  maltratos  que sufre de parte de quienes la agreden de varias maneras, ante la vista o la indolencia de sus habitantes. Ser ciudadano quiteño implica amar a la ciudad, a través de su geografía y su historia, de sus luces y sombras, de aquello que la hace única e incomparable. Esta ciudad milenaria, creada por artesanos y mujeres transgresoras, por antihéroes y hombres de valor, por místicos y poetas, merece un lugar privilegiado en nuestras vidas.
Ahora que el año está por acabarse, es necesario reflexionar en lo hecho y en lo que está por hacerse. No es necesario convertirnos en héroes para dejar una impronta. Los actos sencillos y honestos, son los que a la larga cuentan más. Lo importante es realizar nuestra actividad u oficio lo mejor que sea posible, y no dormirnos en los laureles, ya que la existencia no es mas que un continuo aprendizaje, y quien cree que ya lo sabe todo, corre el riesgo de perderse en la mediocridad.
Cuando pienso en estas fiestas, vuelve a la memoria una imagen que se vincula a mi infancia, y a la influencia que desde niña tuvo la historia y la literatura en mi vida. Mis padres solían leerme aquellos relatos de Oriente, en los cuales la figura de esa estrella que supuestamente guió a los Reyes Magos hacia Belén, adquiría  para mí, un significado lúdico y fuera de toda lógica. Me pasaba buscando en el firmamento a esa estrella, hasta encontrarla. Esa era mi estrella, y sigue estando ahí cada diciembre, como la metáfora de que el esfuerzo y la constancia vencen los obstáculos. Me gusta que permanezca en lo alto, para recordarme que soy un aprendiz, y que no debo escoger los atajos, sino el camino más largo.

¡UNA FELIZ NAVIDAD PARA NUESTROS QUERIDOS LECTORES!

*susanafg22@yahoo.com

jueves, 12 de diciembre de 2013

Un nuevo tesoro patrimonial se abre para que podamos descubrir sus secretos, por más de 300 años el monasterio de las carmelitas estuvo cerrado, nuestra amiga Susana nos lleva a recorrer las páginas de la historia de este tesoro.


Fachada del Monasterio del Carmen Alto


Breve historia del Convento del Carmen Alto
Susana Freire García*

En días pasados se inauguró un Museo, en las instalaciones del Monasterio del Carmen Alto, motivo por el que es necesario compartir con nuestros lectores algunos breves detalles sobre esta comunidad religiosa y su llegada a Quito.

El Primer Monasterio del Carmen en la Audiencia de Quito

El proceso de fundación del primer Monasterio del Carmen en la Audiencia de Quito, se dio en el siglo XVII, gracias a las gestiones y aportes económicos del Obispo Agustín de Ugarte y Saravia, dada su afinidad y cercanía con la persona y obra de Santa Teresa de Jesús. Mediante Cédula Real emitida por el Rey Felipe IV de España de abril 2 de 1651, se autorizó la creación “del convento de monjas descalzas de la Orden de Santa Madre Theresa de Jesús”. Lastimosamente el Obispo Saravia no pudo ver concretada su obra, mas antes de morir dejó firmado el auto de fundación el 27 de enero de 1652, dejando encargado el proyecto a su prima hermana Doña María de Saravia, tal como lo señala el historiador Federico González Suárez. 
Los trabajos de edificación del Monasterio del Carmen estuvieron bajo el cuidado del albacea Gómez Cornejo y el Presidente de la Audiencia Don Martín de Arriola. El lugar escogido estaba detrás del Convento de La Merced. Mientras tanto las religiosas fundadoras de la orden, viajaron desde Lima a Quito en medio de difíciles circunstancias. Tras cuatro meses llegaron a esta ciudad transportadas en sillones cargadas por indígenas, y trayendo consigo valiosos objetos como ornamentos para la capillas, y tres campanas. Las religiosas se instalaron en el edificio ubicado detrás del Convento de La Merced, el mismo que resultó demasiado húmedo y perjudicial para su salud. Debido a estos inconvenientes, se trasladaron a la casa que había pertenecido a la familia de Mariana de Jesús Paredes, y que al momento era de propiedad del Capitán Don Juan Guerrero, cónyuge de Juana de Casso, sobrina de Mariana. Cumpliendo con la voluntad de su tía, quien en vida había profetizado que en su casa vivirían las religiosas del Carmen, Juana de Casso y Don Juan Guerrero cedieron la propiedad a las mismas. Esta casa ubicada frente al Hospital Real o de la Misericordia (actual Museo de la Ciudad) fue readecuada por el arquitecto Ruales de acuerdo a las necesidades de la comunidad, obra que costó seis mil pesos que fueron donados por su benefactora principal Doña María Saravia. En 1656 se iniciaron nuevos trabajos al interior del  Monasterio dada su estrechez. El padre Silvestre Fausto y el Hermano Marcos Guerra, reconocidos arquitectos de la Compañía de Jesús, fueron los encargados de diseñar los planos y ejecutar la obra. El Hermano Guerra trazó una iglesia con la entrada por la calle Rocafuerte, en dirección a la plazuela de Santa Clara, a más de la implementación de una huerta y habitaciones nuevas para las religiosas.
La primera novicia quiteña que formó parte de la comunidad carmelita fue María Teresa de San José, quien en mayo de 1653 profesó los votos de obediencia, castidad y pobreza a Dios y a la Virgen del Carmen. A más de religiosas, la comunidad también acogía a mujeres desamparadas, que a cambio ayudaban en las tareas domésticas. También existió la figura de “mujeres donadas” que siendo españolas o mulatas vivían con las religiosas, sin tomar en cuenta su procedencia. Igualmente habitaron en el Monasterio niñas huérfanas abandonadas en la puerta del Monasterio. Incluso llegaron a vivir en él, las esclavas negras que Doña María Saravia consignó en su testamento, como herencia para el servicio de las religiosas.
El Carmelo Quiteño se acogió a la advocación tutelar de San José. Años después el Monasterio recibió el nombre de Carmen Alto, tal como se lo conoce hasta la actualidad, para diferenciarlo del Carmen Bajo o Moderno. 
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 28 de noviembre de 2013

No debemos olvidar que hay espacios que se convirtieron en un fuerte referente cultural, Susana nos comparte sobre uno de esos espacios de nuestra milenaria ciudad. 


El Teatro Sucre a inicios del siglo XX. (Fotógrafo no identificado)




Los primeros años del Teatro Sucre
Susana Freire García*

El pasado 25 de noviembre se conmemoró un año más de la fundación del Teatro Sucre, de ahí que quiero compartir con nuestros lectores, algunos datos interesantes que nos revelan cómo fueron los primeros años de este importante hito cultural de Quito y sus habitantes.

Sin sombrero ni disfraz
A finales de diciembre de 1886 se publicó el reglamento para el Teatro Sucre, a fin de que quienes asistiesen al mismo se comporten de acuerdo a lo que establecía la ley. Varias fueron las disposiciones que causaron inquietud entre los quiteños, en especial aquellas que implicaban multas pecuniarias o la expulsión del teatro con intervención policial. Así quedó estipulado por ejemplo que ninguna persona podía ingresar al teatro cubierta, embozada, con careta o disfraz. Tampoco se podía llevar puesto sombrero en los palcos, platea y cazuela. Estaba igualmente prohibido fumar, ocupar asientos y palcos que correspondiesen a otra persona, pararse en mitad de una función, mudar de lugar o llevar el compás de la orquesta con golpes de manos, pies o bastón. Los concurrentes no podían ingresar al escenario, ni tampoco dirigirse la palabra de un lugar a otro del teatro. 
Causó igualmente incertidumbre la forma en que la Junta Censora del Teatro decidía que obras podían presentarse. Para tal efecto se estableció que los miembros de la Junta impedirían la exhibición de obras que atacasen a la moral y buenas costumbres de personas, familias y de la autoridad. La censura era motivada y bajo la misma se hacían reformas en los pasajes de las obras, o en el peor de los casos se  las vetaba en su totalidad. La jurisdicción de la censura no solo abarcaba a las piezas dramáticas y líricas, sino a cualquier espectáculo que fuese presentado en el Teatro Sucre. 

“Al teatro no se va a rezar”
Grande fue el alboroto que se armó alrededor de La Mascota, zarzuela cómica de autoría de los señores Durut y Chivot, que los actores de la Compañía Jarques deseaban presentar en el Teatro Sucre. Los miembros de la Junta Censora consideraron que existían ciertas coplas no aptas para “la moral quiteña”, y que por lo mismo era recomendable suspender la función anunciada. Como era de esperarse y dada la polémica suscitada, el público quiteño tenía una gran avidez por conocer el contenido de la obra prohibida, y las protestas ante la prohibición no se hicieron esperar. Por su parte los actores explicaron a los miembros de la Junta Censora que esta zarzuela había sido representada con éxito en otros países de América Latina y que nunca hubo reparos en cuanto a la “moralidad” de la misma, más  tuvieron que obedecer la decisión tomada y cambiar el repertorio. En el periódico capitalino El Ecuatoriano (mayo 8 de 1887) se publicó la siguiente nota al respecto:

Se ha puesto en escena “La Gallina Ciega”; “Las Amazonas del Tormes”, “El Dominó Azul”,  el “Cupido en el Canasto”, ¿por qué se prohíbe “La Mascota”?, que ni siquiera tiene los picantes trozos de la tan aplaudida “Conquista de Madrid” (…)  Al teatro no se va a rezar sino a divertirse, huyendo de la terrible realidad para gozar un momento con las ficciones del genio, a nadie se obliga la concurrencia (…) los que creen que una función no es mística no vayan, pero dejen a cada uno con su gusto, que de gustos nada hay escrito.

Más de un quiteño se preguntó si serían acaso estas coplas, las que tanto pavor provocaron en los miembros de la Junta Censora:
Un día el rey del infierno
cogió de su gran caldera
las brujas que hacen mal de ojo
y las arrojó a la tierra.
Lo supo Dios y al instante
creó para dicha nuestra
querubes que con su influjo
disipan todas las penas.
Esos querubes por mi fe 
son las Mascotas de que hablé
feliz de aquel que el Cielo le da
una Mascota angelical. 
*susanafg22@yahoo.com

lunes, 25 de noviembre de 2013

Gracias a Susana podemos compartir una reflexión sobre el nombre de Quito y el porque se dice que aquí el sol  cae recto.



 Sol quiteño. Facha de la iglesia de la Merced. (Foto de la Autora)


Donde el sol cae recto
*Susana Freire García
La inestabilidad climática de Quito, es una de las características más singulares de nuestra ciudad. De repente el sol sale con fuerza, y al poco rato empieza a llover. El peatón quiteño habrá comprobado que mientras en un sector de la ciudad llueve, en otro el sol hace de las suyas, o lo que es más curioso aún, llueve por determinadas cuadras. En todo caso, parece ser que aquí no hay puntos medios, y que el sol o la lluvia gustan de caer con intensidad.
En el caso del sol, nuestra ciudad está íntimamente vinculada a este astro, desde tiempos milenarios. Esta sensación de sentirlo muy cercanamente, tiene una explicación asociada al nombre y significado de la palabra Quito. Al respecto existen diversas teorías acerca del nombre de nuestra ciudad, y una de ellas señala que el mismo se deriva de los vocablos pertenecientes a las culturas catchiquel y maya. En catchiquel KIJ significa sol, y en maya TOH significa recto o derecho. Si combinamos estas dos palabras obtenemos el vocablo KIHTOH o tierra donde el sol cae recto. Estas condiciones geográficas que son parte del patrimonio natural de Quito, fueron conocidas y valoradas por los primeros pobladores de esta tierra, que hallaron en ella las condiciones necesarias para asentarse y aprovechar sus bondades climáticas. Tiempo después, los incas provenientes del Perú llegaron a este territorio, animados no solamente por intereses expansionistas, sino porque conocían de la privilegiada ubicación de Quito a la que consideraron como una tierra sagrada, en la cual existía la posibilidad de afianzar el culto heliolátrico (culto al sol). Como bien lo afirman varios investigadores, la marcha hacia Quito constituyó para los incas un trayecto hacia la tierra del sol. Esta coyuntura a su vez propició la creación de un centro ceremonial, que se extendió entre el Panecillo (Yavira) y la colina de San Juan (Huanacauri). Al respecto existen algunos estudios que señalan que la posición estratégica del Panecillo fue utilizada para la observación de fenómenos astronómicos, específicamente los relacionados con los solsticios y equinoccios.
Esta estrecha relación entre el nombre de nuestra ciudad y su ubicación geográfica, debe constituirse en un motivo más para valorar a Quito, ya que si desde tiempos inmemoriales fue respetada como tierra sagrada, en los momentos actuales es necesario recuperar ese vínculo que los antepasados tuvieron con la naturaleza quítense, pues sin ánimo de caer en el chauvinismo, no existe otra ciudad en el mundo, donde los rayos del sol caigan con tanta belleza como lo hacen en Quito.
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 14 de noviembre de 2013

Gracias a Susana por compartir este artículo sobre uno de nuestros sitios patrimoniales preferidos, el parque de La Alameda.

Mujeres en La Alameda. Fotografía de José Domingo Lasso. 1909.



El paseo de Marietta
*Susana Freire García

Uno de mis rincones preferidos de Quito, es el parque de La Alameda. Me gusta sobre todo, fijarme en cada uno de los árboles que embellecen este espacio, con su cuerpo de madera y sus ramas llenas de vida. Cada uno de ellos, tiene un sello propio que los hace únicos, más allá del tiempo y las contingencias. Y en medio de los árboles me siento privilegiada, ya que puedo disfrutar de su compañía, y a la vez, evocar a la mujer que hizo posible que yo pueda caminar con libertad por este parque, ya que es necesario aclarar que hace unos siglos, las mujeres no podíamos realizar esta clase de actividades, sin contar con la autorización de un hombre o de la compañía del mismo. Sin embargo y como en todo tiempo, existieron pioneras que desafiando los prejuicios y limitaciones se atrevieron a cuestionar lo establecido. Una de ellas fue precisamente Marietta de Veintemilla (1858- 1907), quien adelantándose a la época en la que le tocó vivir, abogó por la libertad de cátedra a favor de la mujer, y su igualdad  económica y sexual. En uno de sus escritos afirmó que “los ideales de justicia y bien común caben dentro del cerebro de una mujer, de igual manera que en el de un hombre, y que por lo mismo si las mujeres sienten inclinación por otras actividades que no sean las comúnmente asignadas por la familia y la sociedad, tienen todo el derecho a participar en aquellos terrenos alejados del hogar”. Fiel a su pensamiento, cuestionó ciertas costumbres arraigadas en la sociedad quiteña, como aquella que impedía que las mujeres salieran solas a caminar. Por ello hizo campaña a favor de que las mujeres pudiesen pasear por el parque de La Alameda, sin la compañía de padres o familiares. Apoyada por algunas de sus amigas, llevó a cabo su objetivo. Estas mujeres lideradas por Marietta, se atrevieron en el Quito de 1878, a  disponer de su autonomía y tiempo para beneficio propio. Ataviadas con ligeros y coloridos vestidos, se pasearon por los alrededores del parque, demostrando que podían cuidarse por sí mismas. Esta osadía le costó caro a Marietta. Una serie de hojas volantes circularon en Quito, aduciendo que con su actitud corrompía a las jóvenes de buena familia. Sin embargo su lucha dio resultado, y las mujeres pudieron salir a caminar libremente por los menos durante una hora sin la vigilancia paterna, por los alrededores de La Alameda. Lo que en el fondo persiguió Marietta, es que las mujeres aprendiesen a tomar las riendas de su vida sin temores ni límites. 
Es a esta valiente mujer, a la que dedico varios de mis paseos por La Alameda, ya que mientras escucho el murmullo de las hojas movidas por el viento, puedo percibir su huella que desafiante me invita a seguir, el camino menos transitado y difícil….

*susanafg22@yahoo.com

viernes, 8 de noviembre de 2013

El Mito de Quitumbe nos habla de la importancia de la narración oral, estamos convencidos que el trabajo hecho por investigadores, antropólogos, academicos, etc., es muy valioso, pero también creemos en el legado que nos transmitieron nuestros antiguos. Gracias Susana por compartir el valioso relato de Quitumbe.


La Leyenda de Quitumbe


Quitumbe: nuestro Padre Ancestral
Susana Freire García*
En estos días de intensas lluvias, he asociado la presencia de este fenómeno natural con uno de los capítulos más bellos de nuestra historia, que une al mito y a la leyenda,  para brindarnos un origen común como quiteños y ecuatorianos, a través de este personaje legendario como lo es Quitumbe, el fundador del pueblo Quitu y sobreviviente del Diluvio Universal. Sobre él se han escrito varias versiones, desde aquella que nos brindó el Padre Juan de Velasco en su Historia Natural sobre el Reino de Quito, hasta los estudios realizados por los antropólogos Piedad y Alfredo Costales, sin dejar de lado la excelente versión de autoría del escritor Benjamín Carrión, publicada en su obra El Cuento de la Patria, la misma que a continuación reproduzco, para que los lectores conozcan más acerca de este personaje tan importante para la construcción de nuestra identidad, especialmente para los que vivimos en Quito, ya que según lo explicó el historiador Federico González Suárez, el nombre de nuestra ciudad se deriva de su fundador Quitumbe:
“Después del Diluvio Universal. – la inundación del mundo por las Altas Aguas-, en la cima de un monte (Rucu Pichincha), fue depositada una pareja humana: Quitumbe hijo de Tumbe y Llira. En la más alta cima engendraron a un hijo, al que llamaron Guayanay, que quiere decir golondrina. Y Guayanay voló. Creció como los gigantes, pero no tan alto como ellos, y engendró hijos en las llanuras plácidas que estaban cerca, al pie del alto monte. Llanuras pobladas por los Quitus y sus últimos invasores venidos por el mar, los Caras… Después Guayanay volvió a volar hasta las tierras bajas cercanas al mar, regadas por ríos mansos y caudalosos; tierras cálidas, buenas para las frutas dulces y para las serpientes venenosas. En estas tierras, Guayanay-la golondrina-, también engendró hijos, primero en la Isla de Puná y luego en tierra firme-en la tierra de los caciques que murieron de amor- Guayas y Quil-, y más abajo, donde fundó el pueblo de Tumbes, en recuerdo de su abuelo Tumbe y de su padre Quitumbe…
Y así, para que fueran hermanos para siempre, los pobladores de la sierra y el litoral ecuatorianos, nacieron hijos de la misma estirpe: la estirpe de la golondrina. Hombres de la Costa y de la Sierra, somos hijos de la pareja común, hermanos desde la leyenda, hijos de mar, montaña y río, como en el Escudo Nacional. Y con el signo del vuelo impreso en nuestra frente, descendemos –digo mal- ascendemos hasta la golondrina. Y con el mandato irrenunciable, de que, con nuestra fea historia de hoy, de pezuñas y sables, no destruyamos la leyenda de ayer, ennoblecida con el vuelo de la golondrina…
Tomado de El Cuento de la Patria de Benjamín Carrión
*susanafg22@yahoo.com

lunes, 4 de noviembre de 2013

La tradición del día de difuntos es tan fuerte en nuestro país, nuestra amiga Susana hace un importante reflexión al respecto de lo que esta fecha significa para los ecuatorianos, lo compartimos en el siguiente artículo.

Indígenas visitando a sus difuntos. Cementerio de Calderón.


Finados
Susana Freire García*
La celebración del Día de Finados en Quito, guarda en su interior un rico sincretismo cultural, que unió las prácticas de nuestros ancestros, con las de la religión católica que trajeron los españoles a estas tierras. De ahí que es necesario entender a esta conmemoración dentro de un contexto humano y simbólico, que tiene como trasfondo el deseo,   -por decirlo de algún modo- , de que la vida se imponga ante la muerte a través de ritos y ofrendas terrenales. Es por eso, que quiero compartir con los lectores un texto de autoría de Alfredo Fuentes Roldán, sobre este tema:
“Pasando el Puente de Otavalo (actual Plaza del Teatro), se va llegando a los límites septentrionales de la villa, y donde comienza el gran plano de Aña- quito, el Obispo Pedro de la Peña en 1571, ha creado la parroquia de San Blas, para reunir a la numerosa población aborigen allí asentada y hacer mucho más efectivo su adoctrinamiento. Don Melchor Auqui Pillajo fue el famoso y legendario gran cacique de la parcialidad de Cumbayá, y ahora  ha sido elegido para Alcalde de Naturales, encargado entre otras funciones de mantener y fomentar la doctrina, y vigilar el cumplimiento de los deberes religiosos. Pero el querido y valiente Alcalde, con méritos y señoríos bien ganados, cumplió su jornada vital y murió, presentándose con mayor fuerza la discrepancia ideológica y de conceptos entre aborígenes y castellanos (…) La iglesia católica traída por España, luego de ayudar a bien morir al feligrés, vela al cadáver, reza una misa con responso muy alusivo y sepulta los restos mortales. Después dedica oraciones a su alma, pidiendo al Creador, le dé el descanso eterno, haciéndolo indistintamente en todo tiempo, y anualmente el 2 de noviembre, en una conmemoración solemne por todos los fieles difuntos. En el antiguo Reino de Quito, se esperaba la muerte con resignación, como algo que tiene que venir inexorablemente. Entonces el cuerpo del difunto era lavado, amortajado, puesto en una estera sobre el suelo y rodeado de su ropa, utensillos, adornos, comida, bebida y lo que más fue de su agrado. Durante un mes parientes y amigos, en el anochecer, conversaban con el alma del difunto, ayudándose de instrumentos musicales y especialmente con las lamentaciones o “lloros” en los que se exaltan sus acciones y los hechos relevantes de su vida (…) Enterrado el cuerpo con vestido y alimentos, se dejaba canales de comunicación entre los utensillos y la superficie para poder rellenarlos cada cierto tiempo, preferentemente el día de “ayamarca”, la solemne conmemoración anual en que se repite la reunión familiar, el relato de las hazañas del difunto, dichas con dramatismo en boca de la viuda o de la madre, y la ofrenda de comida y bebida que no solo es para el muerto, sino que se comparte con los familiares a orillas del sepulcro.
El Gran Curaca tenía que ser sepultado según su ley. La iglesia y el cabildo reclamaban el riguroso cumplimiento de lo previsto para un Alcalde. Felizmente se llegó a un entendimiento. El cadáver de Don Melchor, puesto en ataúd, sería recogido desde su casa por el cura de la parroquia que con su cruz alta y acompañamiento de toda la comunidad, lo llevaría sin alimentos ni nada impropio, hasta la iglesia donde se le harían las pompas fúnebres de rito y después se lo enterraría, en el cementerio, junto a la iglesia, con una cruz por cabecera. El lugar podría ser visitado en cualquier fecha, especialmente en la conmemoración anual, lo que permitiría a los deudos cumplir con sus antiguos ritos.  Con mucha reticencia los indígenas se veían obligados a aceptar la postergación  de sus creencias. Solo en algo había acuerdo. Lo de que el alma no muere y sigue permaneciendo más allá de lo viviente (…) Con consentimiento del cura o no, ya se arreglarían para poner alimentos en la tumba periódicamente siguiendo su misma forma tradicional, ya que “uchucuta” y “chicha”, ambos hechos con escogido maíz, estarían con su antecesor.
La parroquia siempre en los extramuros de la villa, fue acrecentándose. El templo no pudo cambiar su origen de “iglesia de indios”. Sin embargo la insignificante parroquia de San Blas fue la primera en lograr un acercamiento más práctico que ideológico al conseguir que dos grupos humanos de diferente credo, lleguen a un cementerio común para guardar a sus ancestros sin interponerse mutuamente, y en tan trascendental materia como el culto a sus difuntos”.
Tomado de: Quito tradiciones Tomo I de Alfredo Fuentes Roldán.

*susanafg22@yahoo.com

viernes, 25 de octubre de 2013

Compartimos la segunda parte sobre el ilustre desconocido, gracias a nuestra amiga Susana Freire por el artículo.



Interior de la Casa de José Mejía Lequerica




José Mejía Lequerica: un ilustre desconocido
Segunda Parte
                                                                                                      Susana Freire García*

En el año de 1798, la presencia del Barón de Carondelet como presidente de la Real Audiencia de Quito, propició una renovación en el campo de las ciencias. Carondelet en base a un minucioso análisis de la situación de las universidades en Quito, envió un nuevo Plan de Estudios a Madrid para su aprobación. Una vez autorizado a realizar las reformas, Mejía fue tomado en cuenta por Carondelet para ser parte de este proceso. El joven intelectual se hallaba cursando la cátedra de teología en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, en medio de una pertinaz oposición que llegaría a su clímax, cuando  se presentó a rendir su examen previo al grado de Licenciado en Teología. Las autoridades de la institución negaron su solicitud, aduciendo que no podía optar por este título ya que se encontraba casado. En noviembre de ese mismo año, Mejía se presentó como candidato para dictar la cátedra de filosofía, y solo fue calificado para el tercer lugar de la terna. Indignado por la situación, el Barón de Carondelet intervino en el asunto para que a Mejía se le permitiera dictar esta cátedra en base a sus méritos. Sin embargo y pese a los esfuerzos que realizaba, la oposición contra él no daba tregua. El blanco de los ataques giraba en torno a su condición de hijo ilegítimo. Pese a los obstáculos se presentó en enero de 1805 a rendir su grado previo al título de Bachiller de Medicina, mas su intención fue rechazada. En octubre del mismo año hizo lo mismo para obtener su Bachillerato en Cánones, más el argumento de la ilegitimidad de su nacimiento nuevamente pesó. El asunto llegó hasta conocimiento del Barón de Carondelet, quien esta vez no pudo hacer nada por el joven intelectual.
Ante tantas discriminaciones, Mejía se encontró frente a una encrucijada: por un lado deseaba servir con sus conocimientos a su tierra natal y más que todo trabajar junto a Manuela Espejo por la causa independentista, y por otro, sentía que sus aspiraciones y proyectos siempre se verían frustrados por los prejuicios y la mediocridad. Entonces decidió marcharse de Quito a finales del año de 1805. Tras una breve permanencia en Guayaquil, viajó hacia Lima, en donde le otorgaron algunos grados académicos, y posteriormente a España en compañía del intelectual quiteño Juan José Matheu. A este país llegó en 1807, en medio de la invasión napoleónica. El heredero al trono español Fernando VII había sido depuesto, y en su lugar gobernaba José Bonaparte. Para paliar en algo el estado de inestabilidad, las principales ciudades de España, entre ellas Cádiz, establecieron Juntas de Gobierno. A la par también se dispuso que las colonias americanas pudiesen contar con un representante en las Juntas, y para ganar tiempo se escogió como diputados americanos a aquellos que por el momento residían en Cádiz. Esta fue la oportunidad para que José Mejía accediera al cargo de diputado suplente en representación de Santa Fe de Bogotá en el año de 1810.
Gracias a su talento, Mejía se convirtió en uno de los diputados más brillantes de las Cortes de Cádiz. Sus discursos incomodaban a quienes defendían la supremacía de España en América, ya que su propuesta se basaba en el derecho que tenían las colonias americanas de contar con un gobierno autónomo, liberal y progresista. Como hombre laico defendió la libertad de opinión, pensamiento, imprenta y educación, y  la abolición del tributo que pagaban los indígenas a favor de la corona española. A la par de su desempeño como diputado, Mejía publicó en Cádiz un periódico titulado La Abeja, en donde hacía uso de su ingenio a favor de la causa libertaria, al tiempo que inició una campaña en contra del restablecimiento de la inquisición. Lamentablemente su valiente accionar se vio limitado por su repentina muerte acaecida en la ciudad de Cádiz el 27 de octubre de 1813, a consecuencia de la fiebre amarilla. En sus discursos y en sus escritos, estuvo siempre presente el ideal de que su tierra natal alcanzara la anhelada independencia, ya que como él mismo expresara: “Si aquello por lo que se ha decidido conviene a la patria, no debe abandonarse: abandonar su obra, es abandonarse a sí mismo”. 
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 17 de octubre de 2013

Gracias a nuestra amiga Susana podemos recordar y redescubrir la historia de un personaje importante en el proceso de nuestra independencia, compartimos con ustedes la vida de José Mejía Lequerica.

José Mejía Lequerica

José Mejía Lequerica: un ilustre desconocido
Primera Parte
Susana Freire García*

Con motivo del Bicentenario de la muerte de José Mejía Lequerica (Quito 1777- Cádiz 1813), la Sociedad de Egresados del Mejía y la Fundación Quito Eterno, se encuentran preparando un evento especial que tendrá lugar el 26 de octubre, en el cual se presentará el libro Mejía Secreto de la investigadora María Helena Barrera, y una ruta de leyenda con el personaje de Mejía Lequerica diseñada especialmente para la ocasión. También se llevará cabo una tertulia, para que los asistentes conozcan más sobre la vida de este ilustre desconocido a cargo de Carlos Paladines y quien escribe este texto. De ahí que para incentivar a que nuestros lectores sean parte de este acto, compartimos una serie de dos partes, alrededor de la vida y obra de Mejía.

José Mejía en el Quito del siglo XVIII
Trasladarnos al Quito del siglo XVIII, es fundamental para entender la vida y accionar de un hombre como lo fue José Mejía. En aquel tiempo la Audiencia de Quito atravesaba una severa crisis no solamente en el plano económico y político, sino sobre todo en lo social. En una sociedad estratificada e injusta, eran muy pocos los que tenían acceso a la educación o al trabajo. En este escenario, Mejía parecía tener todo en  contra. En su calidad de hijo natural (hijo no reconocido) del Dr. José Mejía del Valle, abogado quiteño, vivió desde muy pequeño y en carne propia, el peso de la exclusión y los prejuicios. Junto a su madre Manuela de Lequerica, sorteó la pobreza con verdadero ingenio. Gracias a los sacrificios de su progenitora, pudo estudiar durante tres años Gramática Latina con el sacerdote Ignacio González, en el Colegio Dominicano San Fernando. Luego siguió en este mismo establecimiento, un curso de filosofía, a más de estudiar otras cátedras como álgebra, trigonometría y geometría. Su sed de conocimiento era inagotable, y esto lo llevó a entablar amistad con uno de los personajes más influyentes en cuanto a pensamiento se refiere: Eugenio de Santa Cruz y Espejo, quien empezó a guiarlo en sus estudios y a compartir las obras que leía. Este encuentro marcaría un antes y un después, en la vida de Mejía. Tras sortear varias dificultades, obtuvo su título de Bachiller en 1792, previa exoneración de los derechos de grado, por su situación de extrema pobreza y méritos. Gracias a la obtención de una beca pudo estudiar teología en el Seminario San Luis, y después de sus horas de clase se dedicaba a arreglar la capilla, para devengar ciertos gastos extras que necesitaba cubrir. Como su realidad distaba mucho de la de sus compañeros de aula, optó por dictar la cátedra de Latinidad de Menores en el Colegio San Luis, previo concurso de méritos, para acceder a un sueldo anual de 400 pesos.
Esta existencia difícil forjó su carácter, razón por la que era muy apreciado por el círculo de amigos íntimos de Espejo, quienes se reunían en su casa, con el propósito de instaurar en la Audiencia de Quito, las bases de un movimiento independentista, basado en los ideales de la revolución francesa, y en los principios filosóficos desarrollados por los enciclopedistas.  Es así como pudo entablar amistad con Juan Pío Montúfar, Juan de Dios Morales, Antonio Ante, Manuel de Quiroga y Manuela Espejo, con quien se casaría en 1798, en medio del repudio y la crítica, ya que Manuela le llevaba varios años de diferencia. Acostumbrado como estaba a la exclusión, hizo caso omiso de las críticas, ya que junto a su cónyuge compartía ideales comunes, más aún cuando el principal gestor de la independencia, Eugenio Espejo había fallecido hace tres años, por defender su proyecto político. Y fue precisamente esta convicción de que Quito debía alcanzar su independencia, la que le llevaría a una encrucijada signada por la oposición de los que veían en él, a un ser peligroso por su lucidez y autonomía….
Continuará

susanafg22@yahoo.com

viernes, 11 de octubre de 2013

Gracias a Susana podemos recordar la historia del  sapo de agua y su vital importancia para el sector de San Sebastian.
Compartimos el siguiente artículo.


El Sapo de Agua (esquina calles Loja y Quijano) Foto de la Autora


El Sapo de Agua
Susana Freire García*
En días pasados, mientras participaba de una amena tertulia, junto a mis amigos Alfredo Fuentes Roldán y Marco Chiriboga, me enteré de parte de este último, sobre su propuesta presentada a las autoridades municipales, de volver a colocar en los sitios originales a los denominados “Sapos de Agua”, tan conocidos en el Quito de antaño. La propuesta me pareció acertada, mas le dije a Marco que junto a la misma, sería muy importante difundir su origen e historia, ya que las generaciones actuales desconocen el papel que desempeñaron en la ciudad. Gracias a los testimonios que dejó por escrito mi bisabuelo materno Carlos T. García, en su calidad de maestro de escuela, pude conocer desde niña sobre ellos. También me acercaron a su historia, mis incursiones por el barrio de San Sebastián, especialmente por la calle Quijano, en cuya esquina reposa un rótulo en el cual se puede leer  hasta el día de hoy “El Sapo de Agua”, donde antiguamente estuvo colocado uno de ellos.  Sin embargo es bueno tomar una vez más como referencia, los textos de Alfredo Fuentes Roldán, en especial el dedicado a este tema, el mismo que a continuación reproduzco para nuestros lectores:
“En aparatado sitio, salpicado de chilcas y cabuyos, junto al chaquiñán de menguado tránsito, el alcalde indígena Don Diego de Figueroa y Lacache, con autorización del Obispo Pedro de la Peña en 1571, ha construido una iglesia para venerar a San Sebastián (…) La Calle de la Vinculada (ahora Loja), va bordeando la falda del cerro como un encaje de encaladas fachadas, risueños aleros de cedro y ondulante línea de teja recién cocida, directamente estrechándose en el humilladero, pétrea custodia permanente y cruce de la Calle Angosta, por el puente nuevo de cal y canto con el camino que de la villa huye hacia Chillogallo (…) La calle ligeramente en curva, aprisionando el tobillo del cerro, ha dejado de ser sendero de tierra y de hierbajos para cubrirse de menuda piedra distraída al cercano río. El declive natural se lleva desperdicios e inmundicias. Limpia de cuerpo y más limpia de alma, su recoleto ambiente no le impide vestirse de fiesta todo el año, mostrando los balcones cargados de geranios, entre los que raramente se deja ver el rostro de la Doña atisbando a través de la celosía, el pasar de los mozos que han de volver de noche con serenata de arpa y vihuela (…) Para que el bien sea completo hace falta que el agua de vertiente lejana, no llegue solamente a espaldas de aguador o a lomo de asno, cuando ya en otros sitios se la lleva en cañería, alargando por el torrente de La Chorrera o Las Llagas, el arroyo que viene a saltos desde las nieves de las montañas, y trae el líquido elemental sin el cual los quiteños no podían haber hecho un solo día de su vida. Con la venia del Cabildo, Justicia y Regimiento, se emprende la obra que no es pequeña ni fácil. El caño de ladrillo cocido ha de venir desde el monasterio de las clarisas, y eso supone largo trecho no desprovisto de dificultades. Todos en acción lo hacen desembocar en punto clave, una cuadra castellana antes de la iglesia, adecuado lugar que se brinda campechanamente para recibir y distribuir el líquido que no puede dejarse caer a borbotones, así como así, estando unánimes en que debe tener una terminal decorosa que en nada contradiga al barrio y a todos satisfaga. Instalados en el mismo sitio para encontrar solución al problema, alguien alcanza a distinguir en el filo de la pequeña cocha que se ha ido formando a consecuencia del trabajo, un pequeño jambato (sapo) de ojos vivos y piel verdosa, nativo de la zona como el más antiguo sebastianeño, que les mira atentamente y en su peculiar lengua les pregunta si puede opinar en el asunto. La respuesta es simultánea. Se hará la efigie y no simplemente de argamasa, barro, o cal y canto, sino de bronce donado por ellos mismos, que con agrado se desprenden de familiar chocolatera, paila, o campanilla, para ponerlas en manos del maestro que en un santiamén ha modelado y vaciado una figura que de tanto brillo parece ser de oro puro. Puesta ceremoniosamente sobre un pedestal de piedra labrada, comienza enseguida a entregar desde su gran boca abierta un chorro de cristalina agua. El Sapo de Agua, es el resultado de una tarea común en la que grandes y chicos han participado, y además un singular adorno que el Santo Patrono contempla satisfecho y hasta se sonríe desde la hornacina del altar mayor de su templo. 
Tomado de: Quito tradiciones Tomo I de Alfredo Fuentes Roldán.
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 3 de octubre de 2013

La importancia de la tradición oral y la memoria se reflejan en inquietudes que la warmi ciudad de Quito nos propone no olvidar.
Susana nos comparte esas inquietudes y la explicación del famoso "Cordonazo de San Francisco" en el siguiente artículo.


El Cordonazo de San Francisco


El Cordonazo de San Francisco
Susana Freire García*

Cuando era niña, el retorno a clases en el mes de octubre, estaba íntimamente ligado a un hecho natural que despertaba mi imaginación y curiosidad, ya que no tenía una explicación científica, sino un origen basado en la memoria colectiva y la tradición oral. Este suceso conocido en Quito como el “Cordonazo de San Francisco”, tenía para mí un significado lúdico, ya que ponía a prueba mis temores y limitaciones.  Las religiosas de la escuela, nos advertían que la torrencial lluvia que ese día caería sobre la ciudad, incluyendo los temibles rayos, implicaba cuidados extremos. Por mi parte solía asistir a clases con un impermeable (obsequio de mi padre) con el cual me sentía invencible. Sin embargo, la fuerza de la naturaleza era superior a mi vestuario, y más que todo a mi ingenua vanidad, y en más de una ocasión, fui sorprendida por la torrencial lluvia hasta quedar literalmente “mojada hasta los huesos”. Lo que más me intrigaba de todo esto, era la puntualidad con que la lluvia caía, ya que el cordonazo se vincula a la fiesta de San Francisco de Asís, que se celebra el 4 de octubre de cada año. Parecía que allá arriba en el cielo, todos se ponían de acuerdo para que la lluvia torrencial cayese precisamente en este día. Y si bien la niña no pudo en ese tiempo encontrar una respuesta ante sus inquietudes, ahora la investigadora tiene en un hermoso documento de autoría del investigador Alfredo Fuentes Roldán, la respuesta a sus inquietudes, y a la vez la alegría de compartirlo con el resto de lectores:
El 29 de agosto de 1563, el Rey de España creó la Real Audiencia de Quito. Poco a poco fueron llegando varias autoridades españolas para gobernar estas nuevas tierras. Por su parte los sacerdotes franciscanos que se hallaban construyendo el templo y el convento de San Francisco, pidieron a la Casa Madre ubicada en Sevilla, que enviase más frailes para continuar con la obra. Fue precisamente en ese mismo año de la creación de la Audiencia, que varios franciscanos emprendieron su viaje desde España, el mismo que estuvo lleno de peligros y vicisitudes. Después de dos meses de navegación llegaron al sur de América, y se tardaron dos meses más en caminar desde Túmbez hasta Quito, ya que la regla franciscana les prohibía usar cabalgaduras. Siguiendo el camino real del Inca llegaron a Quito, al atardecer del 3 de octubre, con los pies destrozados y en andrajos, por las penalidades del viaje. Después de dar gracias a Dios por haberlos protegido, fueron vencidos por un profundo sueño. Sobresaltados despertaron al día siguiente, por el ruido de una estremecedora tempestad que cayó sobre la ciudad. Primero fue una granizada que cubrió de blanco las calles y tejados, y luego una torrencial lluvia que daba la idea de que el cielo se partía en dos, convirtiendo a las quebradas en ríos incontenibles. Los sacerdotes franciscanos rezaban desesperados, pidiendo a Dios que hiciera cesar la tempestad, hasta que de repente la lluvia dejó de caer y el sol hizo su ingreso en Quito, como si nada hubiese pasado.
Pasado el susto, los frailes empezaron a trabajar para reparar los daños causados por la lluvia, y uno de los sacerdotes recién llegados, proclamó con grandes carcajadas que lo ocurrido no era sino el Cordonazo de San Francisco. Todos festejaron la ingeniosa explicación, y al día siguiente la frase salió de puntillas del convento, y corrió de boca en boca como alma que lleva el diablo. La ocurrencia del franciscano se convirtió en un decir popular de los quiteños, tanto que un año después, en la fiesta del patrono que se celebró el 4 de octubre, los parroquianos no solo esperaban la tempestad sino el cordonazo del santo. La tradición quedó establecida en Quito, y todos los años se cumple religiosamente.
(Tomado de Quito Tradiciones Tomo II, de Alfredo Fuentes Roldán).

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jueves, 26 de septiembre de 2013

Llegamos al final de nuestra historia sobre la estatua de Sucre, los artículos de Susana nos han hecho reflexionar al mirar nuestra historia...



Juan León Mera (1832-1894)


La estatua de Sucre y su polémica historia
Final
Susana Freire García*
La respuesta del gobierno de Caamaño no se hizo esperar. En enero de 1887 circuló en Ambato, un documento titulado Por la estatua de Sucre. En el mismo se acusó a Mera de concitar enemigos al gobierno valiéndose del escándalo y la exageración. El intelectual lejos de intimidarse ante el poder, contestó las acusaciones de Caamaño a través de un opúsculo al que intituló Mi última palabra acerca de la estatua de Sucre, y que fue publicado el 16 de enero de 1887 en Ambato. En él siguió insistiendo sobre la nefasta actitud de Caamaño, quien permitió la mutilación de la estatua con una cuestionable permisividad, dejando además en claro que las relaciones entre Ecuador y España debían basarse en el respeto al pasado, la verdad y los intereses de la patria.
A la par que Mera cuestionó directamente a Caamaño, hizo lo propio con el diplomático español Llorente, a quien se encargó de dar a conocer sus publicaciones acerca de la polémica sobre la estatua de Sucre. Fue así que surgió un intercambio epistolar entre ambos, compuesto de tres cartas de Mera y tres de Llorente. En su primera carta fechada el 5 de enero de 1887, el embajador español  no solo negó haber solicitado la mutilación de la estatua, sino que acusó a Mera de sentir un profundo odio hacia España.  A su vez Mera le contestó con una frase corta y contundente “los pueblos deben ser generosos pero no desmemoriados” (Barrera 2013: 96).  A su vez Llorente en su afán de atacar a Mera, señaló en otra de sus cartas “que las guerras de la independencia no fueron tales, sino simplemente una guerra civil en la que fuimos vencidos por nosotros mismos” (Barrera 2013: 97).  
Esta álgida relación epistolar entre ambos, terminó el 22 de enero de 1887 con una carta de Mera, en la que denunció públicamente a sus enemigos políticos liderados por Caamaño y Llorente.  A los pocos días, tal denuncia se evidenció, dado que sus opositores iniciaron una campaña internacional para desprestigiar a Mera.  La primera muestra  fue un artículo publicado en el diario La Unión de Madrid (febrero 8 de 1887), en el que se señaló “que en la capital de la república del Ecuador se han dado mueras a España y a los españoles con motivo de una disposición adoptada por el presidente de la república, a consecuencia de nuestro representante en la misma” (Barrera, 2013: 101). Días después, el 16 de febrero del mismo año, salió a la luz una nota escrita en el Archivo Diplomático y Consular de España, por un corresponsal de la revista en el Ecuador, el mismo que no escondió su simpatía por Llorente, a la vez que criticó al conjunto escultórico adjudicándole defectos de fondo y forma. La nota culminaba con la reproducción íntegra de las cartas intercambiadas entre el embajador español y el Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador José Modesto Espinosa, para dejar en claro el apoyo y prestigio del que gozaba Llorente en el país.  Y para castigar aún más a Mera, varios periódicos de España se hicieron eco de la gran celebración que se iba a realizar en Quito, a propósito del primer natalicio del Rey de España Alfonso XII. En efecto, el presidente Caamaño, botó “la casa por la ventana”, con motivo de estos festejos, en los que la presencia de Llorente tuvo un gran peso. Sin embargo lo más que más indignó a Mera fue que sus compañeros de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, formasen una Comisión Especial para visitar y congraciarse con Llorente, el día del natalicio de Alfonso XII, a sabiendas de su situación.
Por prudencia, las autoridades españolas decidieron suprimir en julio de 1887, la legación diplomática de España en el Ecuador. Desde su país natal, Llorente siguió atacando a Mera, mas hubo quienes también salieron en su defensa como fue el  caso de Juan Montalvo, quien desde París y a través de un folleto titulado Impresiones de un diplomático (marzo 15 de 1888), contestó con su natural ingenio al diplomático español. Dos meses más tarde, Mera publicó su texto El Ecuador y Don Manuel Llorente Vásquez.  Estos dos ensayos constituyeron un duro golpe en contra de Llorente, a más de la incorporación de Mera como miembro de la Real Academia Sevillana de Letras el 9 de marzo de 1888.
Cinco años antes de morir y alejado ya de aquella polémica, Mera escribió a su hijo Trajano una misiva, cuyo mensaje tiene en la actualidad una gran validez , razón por la que es necesario leerlo con detenimiento y espíritu reflexivo:
No olvides que cuando aprendas no es para ti sino para tu patria; este pensamiento debe dominarte, para que cuando aprendas sea bello, verdadero y útil, pues, claro, se está, nadie debe ofrendar a su patria monstruosidades, mentira, naderías o variedades. Tú conténtate con la honra de tu nombre y si te la disputa la envidia, o la desconoce la ingratitud de la patria misma, no importa: ni la envidia ni la ingratitud podrán arrebatarte la satisfacción de haber cumplido tu deber. (Barrera, 2013: 138).
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 19 de septiembre de 2013

Susana nos comparte la segunda parte del artículo sobre la polémica de la estatua de Sucre.


Estado actual de la estatua de Sucre luego de la mutilzación



La estatua de Sucre y su polémica historia
Segunda Parte

Susana Freire García*

Para cuando se suscitó el escándalo alrededor de la mutilación de la estatua de Sucre, Juan León Mera se desempeñaba como Presidente de la Cámara de Diputados. Por lo mismo, no le resultaban desconocidas las maquinaciones del diplomático español Llorente, quien se creía con todo el derecho de inmiscuirse en la vida política del país, toda vez que contaba con el apoyo del presidente Caamaño. Llorente no solo que intervino en el asunto de la estatua de Sucre, sino que meses atrás y con todo cinismo, aprovechó la velada efectuada el 10 de agosto de 1886 en conmemoración del Primer Grito de la Independencia, para solicitar la modificación de la letra de Himno Nacional, aduciendo que afectaba la imagen de España y que “tener abierto eternamente el libro de agravios entre dos países de la misma familia,  no es propio de pueblos cultos” (Barrera, 2013: 60).
Mientras el pueblo quiteño hizo público su rechazo a Llorente, el Ministro de Relaciones Exteriores José Modesto Espinosa, se apresuró a responder el 11 de agosto de 1886, al diplomático español diciéndole que el Ecuador ya había olvidado las dolorosas contiendas que precedieron a su establecimiento como nación independiente, y que se complacía en apellidar “Madre” a España, y ofrecerle el tributo de sus más puros afectos.  Mera, que conoció de cerca todos estos incidentes, se sintió doblemente ofendido, ya que no solo era el autor de la letra del Himno Nacional, sino que le indignaba la postura de quienes no hacían respetar la soberanía nacional. Y esta indignación, valga la redundancia, llegó a su punto máximo cuando el presidente Caamaño accedió a la petición de Llorente, para mutilar la estatua de Sucre. A los pocos días de este suceso, exactamente el 28 de diciembre de 1886, Juan León Mera publicó en Ambato un panfleto intitulado La estatua de Sucre. Su punto de vista dejó claro que Caamaño fue el responsable directo de la mutilación de la estatua de Sucre, y que Llorente contó con la benevolencia del gobierno ecuatoriano para alcanzar su objetivo. Lejos de dejarse llevar por la intolerancia, Mera brindó en su alegato razones de peso para cuestionar aquel revisionismo hispánico propugnado por los intelectuales de su época como Honorato Vásquez, Roberto Espinosa o Quintiliano Sánchez, que seguían defendiendo aquella tesis de la devoción ciega y filial hacia España. No en vano expresó lo siguiente: 
No se comprende que haya americanos que por una parte se ufanen de la independencia y de las glorias de Bolívar, Sucre, Páez, y por otra tiendan a menguar las razones que hubo para luchar por esa misma independencia, y a deslustrar esas glorias: éstas en verdad no serían grandes si nuestros héroes hubiesen combatido por una causa injusta, por romper lazos de flores y evitar las caricias de una madre amorosa. (Barrera, 2013: 83).
Mera propuso ante todo una filosofía de dignidad, independencia y soberanía, que ya la dio a conocer en la letra del Himno Nacional, de ahí que consideró que al mutilar la estatua de Sucre, se estaban atentando contra estos valores:
El grupo de Sucre con su india libertada, con el León y el escudo a sus pies, con el  cetro y cadenas rotas, era, pues, esencialmente nacional; y la mutilación que acaba de verificarse es un acto antipatriótico, humillante, vergonzoso”. (Barrera, 2013:84).
Sin temor a las represalias, el intelectual ambateño se colocó en la cuerda floja. Su presente y futuro tanto personal como político, estaban en manos de sus opositores….

Continuará
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 12 de septiembre de 2013

Estamos convencidos que nuestra historia tiene matices, hay historias muy oscuras que tal vez nos avergüenzan, hay otras historias claras que nos enorgullecen; a lo largo de estos años nos hemos dado cuenta que debemos investigar toda nuestra historia y mirar como un espejo ¡Quienes Somos!

Compartimos una artículo de Susana donde vale la pena preguntarnos ¿Quienes somos?



Modelo original de la estatua de Sucre. Colección privada de María Paéz Freile



La estatua de Sucre y su polémica historia
Primera Parte
Susana Freire García*

A propósito de la reciente publicación del libro León Americano. La última polémica de Juan León Mera, de autoría de la investigadora María Helena Barrera, pondremos en conocimiento de nuestros lectores, uno de los capítulos más interesantes y poco conocidos alrededor de la historia del Teatro Sucre, y de la intervención del reconocido intelectual en la defensa de la soberanía nacional.

La estatua de Sucre

Según la historiadora Alexandra Kennedy, la idea de hacer una escultura de mármol en honor a Antonio José de Sucre, surgió de las señoras Carcelén, quienes donaron 10000 pesos para tal objetivo. El artista español José González Jiménez fue el encargado de realizar esta obra, cuyo contrato fue suscrito en 1874, entre el Municipio de Quito y el artista español. El plazo de entrega era de dos años, tras el cual el español González presentó un modelo en yeso para su aprobación previa. A las autoridades locales no les gustó la propuesta artística, situación que desalentó al escultor español, quien decidió abandonar el proyecto, y por ende salir de Quito.
Años después, el presidente Caamaño decidió rescatar esta obra que se encontraba en una casa ubicada en el barrio de La Loma, con motivo de la inauguración del Teatro Sucre en noviembre de 1886.  La escultura de Sucre fue colocada en los exteriores del teatro, a fin de que los quiteños pudiesen admirarla, tal como la concibió el escultor González: el héroe Antonio José de Sucre se hallaba en actitud de proteger y liberar a una indígena (símbolo de la patria), mientras que a sus pies yacía el león español, junto a un cetro y a unas cadenas rotas.
La reacción del entonces embajador español en el Ecuador Manuel Llorente Vásquez, no se hizo esperar. El diplomático protestó públicamente ante lo que él consideraba un desagravio hacia España, dada la manera en que Sucre pisoteaba la cabeza del león español. Decidido a presionar al presidente Caamaño, utilizó todas las estrategias políticas con tal de conseguir su objetivo. Caamaño en su deseo de evitar un conflicto con España ordenó que el león fuese retirado al igual que las cadenas. Esto lejos de agradar al pueblo quiteño, avivó las críticas en contra del mandatario por la sumisión demostrada ante el representante español, tal como lo demuestra esta nota publicada en El Comercio Bisemanario Mercantil, Científico, Literario, Político y Noticioso, de diciembre 24 de 1886, en el que se calificaba como un gran desagravio a la decisión del gobernante:
No de otra manera debe calificarse la mutilación del primoroso grupo ejecutado en yeso por el hábil artista español Sr. José González Jiménez representando al Gran Mariscal de Ayacucho, al inmortal Sucre en el momento de consumar la Libertad de América y de hacer doblegar la cerviz bajo su planta al León Ibérico; alegoría consentida y aceptada en todos los países de este continente, que conquistaron su independencia es sangrienta lucha, sin que por eso dejen de estrecharse las buenas relaciones sociales, literarias y comerciales, que con ellas se buscan. Ese precioso grupo adornaba el pórtico del Teatro Sucre y era un monumento de nuestras glorias nacionales, que todos contemplábamos con orgullo y con satisfacción. Pues bien: con gran sorpresa y con profundo pesar hemos visto, de repente, mutilado el simbólico y artístico grupo, quedando el Héroe de Pichincha y de Ayacucho con espada en mano, en actitud de libertar a la joven América, que ha roto sus seculares y poderosas cadenas; pero ha desaparecido el León vencido, que completaba el monumento, sin que podamos explicarnos que susceptibilidad, o que capricho pudo haber influido en semejante mutilación tan ofensiva al sentimiento nacional, bien revelado ya en todas las clases sociales.
La polémica apenas empezaba, y es en este punto cuando emergió la intervención del intelectual Juan León Mera, para colocar en el debate, el controvertido tema de la sumisión ante “la Madre Patria”.
Continuará
*susanafg22@yahoo.com

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Compartimos un artículo de Susana Freire, donde reflexionamos sobre los 35 años que Quito fue declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Plaza de San Francisco de Quito



Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad

*Susana Freire García

El próximo 8 de septiembre, se celebran los 35 años de la Declaratoria de Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad. Este reconocimiento otorgado por la Unesco en  1978, se basó en cuatro elementos fundamentales que diferencian a nuestra ciudad del resto de urbes: Quito posee un centro histórico vivo, ya que está habitado por un conglomerado social; su patrimonio está conformado por testimonios físicos e históricos provenientes del pasado; estos testimonios físicos se vinculan con la identidad del pueblo que lo habita; y, por la riqueza y talento humano de sus artistas, muchos de ellos anónimos y pertenecientes a la denominada Escuela Quiteña. Por ello la importancia de reflexionar y plantear nuevas lecturas acerca del patrimonio, que impliquen una relación directa entre habitante y ciudad.

Patrimonio: identidad y pertenencia

Cuando pienso en la palabra patrimonio lo primero que viene a mi mente, es la imagen de una ciudad que me es propia y querida. Me es propia porque está intensamente ligada a mi existencia, y me es querida porque ha propiciado y sigue propiciando en mí, una serie de reflexiones que alimentan mi tarea de investigadora. Es por ello que defiendo el hecho de que los estudios y reflexiones acerca del patrimonio, deben partir necesariamente de dos puntales claves para asumir y entender su real significado y alcance: identidad y pertenencia. 
Nuestra ciudad es privilegiada. Cuenta en primer lugar con un bello entorno natural, y una flora y fauna que la hacen única. A esto se suma su patrimonio arquitectónico que se torna visible a través de sus edificaciones religiosas y civiles, sus plazas y calles, concentradas en lo que conocemos como el centro histórico. Está también su memoria colectiva enriquecida por una serie de elementos en los que la oralidad juega un papel preponderante, ya que a través de la misma se transmiten de generación a generación, aquellos conocimientos que nacen de las tradiciones, festividades, costumbres y saberes populares. Y por último y no por ello menos importante, tenemos al conglomerado humano que la habita, y que es el responsable de proteger y cuidar el patrimonio de Quito.
Todos los factores anteriormente citados confluyen para que esta ciudad sea Patrimonio Cultural de la Humanidad, y por lo mismo no pueden ser entendidos de manera aislada, sino como un todo diverso.  Si estudiamos el entorno natural de Quito desde un punto de vista estrictamente científico, dejamos de lado la relación naturaleza- ser humano, que ha sido y es tan importante en el caso de la capital. Desde un inicio, los primeros pobladores de esta tierra, reconocieron en la misma una serie de características que la hacían ideal para vivir. No en vano el nombre de Quito está asociado a su ubicación geográfica, de ahí que se le conoce como “la tierra de la mitad”, “el hondón que favorece” o “el lugar donde el sol cae recto”. Si por igual, nos quedamos en un análisis meramente arquitectónico del patrimonio tangible como son las iglesias, monumentos, esculturas u obras de pintura, nos olvidamos de quienes los crearon. Lo ideal es acercarse sensiblemente a estos objetos artísticos y desentrañar lo que nos dicen, ya que tras ellos están el ingenio y la habilidad de nuestros artesanos quiteños, la mayoría de ellos anónimos, cuya maestría fue ya reconocida hace siglos, por el precursor de la independencia Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Algo similar sucede con la memoria colectiva (patrimonio intangible). Si examinamos las distintas expresiones culturales de Quito, sin tener como basamento a su diversidad y al contexto histórico del cual emergieron, corremos el riesgo de manipularlas o alterar su sentido original, para convertirlas en un simple producto comercial. 
Si por el contrario todos estos factores son entendidos en conjunto, se puede lograr un acercamiento más humano y sensible al tema del patrimonio, ya que a la vez que se asume su validez histórica y social, también se crean puentes para reforzar en los ciudadanos, aquel sentimiento de identidad y pertenencia, tan importante al momento de asumir que cada uno de nosotros somos los responsables directos de hacer de Quito, una ciudad patrimonial en el amplio sentido de la palabra.

*susanafg22@yahoo.com

jueves, 29 de agosto de 2013

Susana y su espíritu investigador nos llevan a recordar y descubrir más sobre una de las tantas historias tristes que dejó el tema de nuestra independencia.
Gracias a Susana podemos conocer sobre la vida de Rosa Zárate.




Fusilamiento de Rosa Zárate y Nicolás de la Peña en Tumaco



Rosa Zárate y Nicolás de la Peña

Susana Freire García*

Para finalizar este mes destinado a la valoración de nuestros próceres de la independencia, es necesario recordar el legado de dos de las figuras más importantes de este proceso libertario, como lo fueron Rosa Zárate y Nicolás de la Peña.
Fusilados por la causa libertaria
La vida de Rosa Zárate estuvo signada por dificultades de variada índole, que sin duda marcaron su existencia. Siendo muy joven contrajo matrimonio con Pedro Cánovas, hombre al que nunca amó y del que decidió separarse después de unos pocos años. Mientras estuvo separada de él, le acusaron de mantener una relación sentimental con un sacerdote, motivo por el que recibió la orden de reclusión por dos años en el Monasterio de las Monjas Conceptas de la Villa de Riobamba. Reacia a cumplir tal condena, huyó del Monasterio, para retornar a Quito en 1786. Fue en este mismo año que conoció a Nicolás de la Peña, nieto del científico Pedro Vicente Maldonado, y decidió convivir con él, en su casa ubicada en el barrio de San Roque. Un año después nacería el hijo de ambos, al que pusieron por nombre Francisco Antonio. Tras este hecho, las acusaciones y persecuciones no se hicieron esperar. Ambos fueron víctimas del escarnio y las injurias, al punto de que en 1795, fue acusada por los delitos de concubinato y adulterio público, ya que aún estaba casada con Pedro Cánovas.
El fallecimiento de su primer cónyuge le permitió contraer matrimonio con Nicolás de la Peña en 1801, y legalizar la situación de su hijo. Una vez superados estos problemas, los dos se dedicaron a defender la causa libertaria. Con su temple y don de liderazgo organizaron a los vecinos de San Roque, para que participasen activamente en la gesta libertaria del 10 de agosto de 1809.  Cuando la primera Junta Soberana de Quito fue instaurada, su hijo Francisco Antonio fue nombrado Comandante del destacamento quiteño. Lamentablemente el 2 de agosto de 1810, el joven Francisco fue asesinado por las tropas realistas, junto a cientos de insurgentes quiteños.
Este hecho consiguió avivar aún más su espíritu rebelde y antirealista. Bajo el liderazgo de Carlos Montúfar (hijo de Juan Pío Montúfar), Rosa y Nicolás, se unieron a los insurgentes de la Segunda Junta Superior de Quito instaurada en septiembre de 1810, quienes dieron muerte a todos los jefes de los bandos quiteños leales al Rey de España.  Igualmente estuvieron involucrados en los acontecimientos del 19 de diciembre de 1810, que terminaron con la vida del oidor Felipe Fuertes, y del administrador de correos José Vergara. Dos años después, se les atribuyó a Rosa y a Nicolás la autoría intelectual del asesinato del Conde Ruiz de Castilla. Ante estos sucesos, el presidente de la Audiencia de Quito Toribio Montes, decidió perseguir a todos los insurgentes quiteños, entre los que se hallaban Rosa Zárate y Nicolás de la Peña. Ayudados por algunos amigos, emprendieron la huida hacia el norte de la Audiencia de Quito, con el objetivo de llegar a la zona del Cauca donde existía un movimiento anticolonial muy bien formado. Lastimosamente el Capitán realista José Fábrega los detuvo en las costas de Esmeraldas. Toribio Montes dio la orden de ejecutarlos en Tumaco a la brevedad posible. Fue así que el mes de junio de 1813, Rosa Zárate y Nicolás de la Peña fueron asesinados por las tropas realistas. Días después sus cabezas se exhibieron en Quito a manera de escarnio para los insumisos quiteños. Lo que Montes ignoró es que lejos de atemorizarlos, les dio más fuerza para iniciar la batalla final hacia la independencia.
*susanafg22@yahoo.com

martes, 27 de agosto de 2013

Susana nos lleva a recordar todas las historias de nuestra independencia, hombres y mujeres que siguieron un ideal, sin importar las consecuencias...


Eugenio Espejo



Las Banderas Rojas de  Eugenio Espejo
Susana Freire García*
En este mes libertario que está por concluir, no podemos dejar de lado a una de las figuras más importantes de la historia de Quito, por su legado a favor de la independencia, que inspiró la gesta libertaria del 10 de agosto de 1809. Estamos hablando de Eugenio Espejo, el mentor indiscutible del movimiento insurgente en contra del coloniaje español.
“Al amparo de la cruz seamos libres, consigamos la gloria y la felicidad”
La lucha clandestina para promover la independencia de la Audiencia de Quito, tuvo en el Movimiento Ilustrado de finales del siglo XVIII y principios del XIX, al núcleo más importante de mujeres y hombres que inspirados en los ideales de la Revolución Francesa, propugnaron la conformación de un gobierno soberano y la tesis del bien común, que consistía en implantar un sistema en el cual la justicia social, fuese el pilar de la sociedad. Dentro de este programa político, el acceso a la educación, la libertad de opinión, el derecho de revocatoria de las autoridades, la supresión de impuestos a los indígenas, la nacionalización de la iglesia y del ejército, y la promoción de la cultura, las artes y las ciencias, eran los principios fundamentales de la nueva república. 
El Movimiento Ilustrado, que tenía como líder a Eugenio Espejo, congregó en su seno a importantes miembros de la sociedad civil entre los que se destacaron Juan Pió Montúfar, Manuela y Juan Espejo, Manuel Rodríguez de Quiroga, Antonio Ante, el Obispo Cuero y Caicedo, Juan de Dios Morales, José Mejía Lequerica, entre otros, y que años más tarde se convirtieron en los cabecillas de la gesta independentista del 10 de agosto. El accionar de este movimiento, promovió la creación de la Sociedad Patriótica de Amigos en el año de 1791, y la publicación del periódico Primicias de la Cultura de Quito  en 1792. Estas acciones fueron atacadas inmediatamente por las autoridades españolas, quienes ordenaron la disolución de la Sociedad Patriótica, así como la prohibición de que Espejo siguiese publicando su periódico. Mas los miembros del Movimiento Ilustrado, continuaron con sus planes y fue así que el 21 de octubre de 1794, aparecieron colgadas en las cruces de piedra de las principales iglesias de Quito, banderas de tafetán rojo con una inscripción en latín que decía lo siguiente: “Liberi esto felicitatem et gloria consecunto Salve Cruce” (“Al amparo de la cruz seamos libres, consigamos la gloria y la felicidad”). Las mismas fueron colocadas por Villalobos, mientras que Juan Pío Montúfar cubrió los gastos económicos, y Espejo fue el creador del texto.  La revolucionaria frase provocó la furia del presidente de la Audiencia de Quito Muñoz de Guzmán, quien reconoció inmediatamente la participación de Eugenio Espejo en el hecho. Para evitar que su estrategia política siguiera adelante, ordenó la prisión del líder revolucionario el 30 de enero de 1795.  Los esfuerzos de Manuela Espejo y de sus allegados para conseguir su libertad fueron constantes, a más de que el propio Espejo escribió una carta al Virrey de España, dándole a conocer la injusticia que se estaba cometiendo en su contra. Lamentablemente la orden que emitió el Virrey para ponerlo en libertad llegó demasiado tarde, ya que para el 21 de noviembre de 1795, la salud del prisionero estaba muy deteriorada. A las pocas semanas, exactamente el 27 de diciembre del mismo año, el precursor de la independencia Eugenio Espejo dejó de existir, no así su legado, que hasta el día de hoysigue latente en nuestro Quito.
*susanafg22@yahoo.com

domingo, 18 de agosto de 2013

Con motivo de nuestra independencia, nuestra amiga Susana nos invita a redescubrir sobre la conformación de la primera Junta Suprema de Quito.

Sala Capitular del Convento de San Agustín.


La Primera Junta Suprema de Quito

Susana Freire García*

Si bien el 10 de agosto de 1809 es el día cumbre del proceso independentista, existen otros hechos históricos derivados de esta fecha con igual relevancia histórica, que no pueden pasar desapercibidos para quienes vivimos en esta ciudad. Uno de ellos es el 16 de agosto de 1809, día en que la Primera Junta Suprema Gubernativa de Quito se instaló en la Sala Capitular del Convento de San Agustín. Sus miembros fueron Juan Pío Montúfar (presidente), el Obispo Cuero y Caicedo (vicepresidente); Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y Juan Larrea (Ministros de Estado), a más de los representantes elegidos por los vecinos de los barrios del centro o la Catedral, San Sebastián, San Marcos, San Roque, El Sagrario, Santa Bárbara y San Blas. En este Cabildo abierto también estuvieron presentes los miembros del ejército y de las Salas de lo Civil y Criminal, y vecinos y artesanos de los barrios de Quito. En medio de un ejercicio democrático, se aprobaron una serie de decisiones, las mismas que fueron suscritas en una histórica acta. Días después de celebrado este suceso, circulaba por las calles de Quito un Manifiesto mediante el cual se justificaba y respaldaba a la revolución quiteña: “Juramos a la faz de todo el mundo la verdad de lo expuesto. Hombres buenos e imparciales, de cualquier  Nación que seáis, juzgadnos. No os tememos no debemos temeros. Quito, agosto de 1809”.
Lo sucedido en Quito, tuvo el inmediato respaldo y la adhesión de los ayuntamientos de Ambato, Riobamba, Otavalo, Ibarra, Guaranda y Latacunga, no así de Cuenca, Guayaquil y Popayán, y menos aún de los Virreinatos de Lima y Santa Fe. Pese a la férrea oposición, los miembros de la Junta Suprema seguían siendo fieles a los ideales del precursor de la independencia Eugenio Espejo y el 4 de septiembre de 1809, lanzaron un nuevo Manifiesto a los pueblos de América en los siguientes términos: “Pueblos del Continente Americano: favoreced nuestros santos designios. Reunid vuestros esfuerzos al espíritu que nos inspira y nos inflama. Seamos uno. Seamos felices y dichosos, y conspiremos con el único objetivo de morir por Dios y por la Patria. Esa es nuestra divisa. Esa será también la gloriosa herencia que dejamos a nuestra posteridad”. 
Si bien las divisiones al interior de la Junta Suprema y la férrea oposición de los realistas, dieron como resultado su disolución en octubre de 1809 y el apresamiento de los máximos líderes del movimiento independista, para ser asesinados en 1810, este hecho histórico nacido en Quito, constituye la base de nuestro actual Estado Ecuatoriano y de sus diversas instituciones.

*susanafg22@yahoo.com