martes, 11 de marzo de 2008

¿Existe un santo que da marido?

¡Claro que si! Es el famoso San Antonio de Padua, y lo sorprendente es que además, existe una asidua devota que todas las mañanas en la Capilla de Cantuña le ha venido rezado novenas, le ha puesto flores frescas, cirios y todo lo que la tradición manda. Pero, ¿ha conseguido el tan ansiado favor?
En el interior de un convento de la ciudad de Quito esta joven mujer llamada Ana Luisa, implora constantemente al “Santo que da marido” para conseguir su gracia. Cualquier persona que la mira puede pensar que no tiene por qué recurrir al santo, ya que se la ve joven como para llegar a esa desesperación, sin embargo, Ana Luisa no pertenece a nuestra época; con su llamativo sombrero negro que con un velo cubre sus ojos y un vestido del mismo color en el que sobresale un rojo collar, descubrimos que su época es el Quito de los años veinte, donde mujeres jóvenes como ella son llamadas solteronas, quedadas para vestir santos y todo apelativo que una sociedad conservadora pueda utilizar para referirse a quien no ha cumplido con su función de mujer: casarse y dedicarse a sus niños.


Pero, ¿qué ha ocurrido con el santo? ¿Por qué no escucha a Ana Luisa? Pues nadie lo sabe, así que ella ha tomado una de decisión: si después de rezarle una última novena, el tan ansiado marido no aparece, entonces ingresará a un claustro y tendrá como esposo a Cristo… pero esta idea no parece entusiasmar mucho a la joven, que tiene aún sus ojos puestos en San Antonio y que sueña con obtener los beneficios del matrimonio…

Entre los fríos muros del convento espera al enviado del santo y quienes estamos a su alrededor escuchándole esperamos ansiosamente que “este apuesto chullita” (como ella lo llama) al fin aparezca y ver como su historia tiene un final feliz.

Pero los finales felices no se dan mucho en la vida real, así que Ana Luisa nos confiesa que ya se casó hace algún tiempo, que enviudó y que nuevamente busca un esposo, aunque a veces le asaltan las dudas porque el matrimonio no fue su final feliz, al contrario fue el inicio de la docilidad, sumisión y abnegación total a su esposo…

Las historias, anécdotas y uno que otro chisme de los años veinte son contados por Ana Luisa mientras busca a su marido. Cualquier persona que sienta intriga por su historia puede encontrarla ensimismada en sus rezos, devota a su santo, con la esperanza de obtener los favores del cielo. A mí me gustaría verla otra vez y saber si decidió entrar al convento o consiguió esposo o… ¿es que acaso hay otra posibilidad de vida para una mujer de los años veinte?

Ma. Isabel Ruiz

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