jueves, 27 de diciembre de 2012

Los Inocentes era una celebración que se iniciaba el 28 de diciembre hasta el 6 de enero, la gente en quito se divertía y se preparaba física, psicológica y económicamente.
Nuestra amiga Susana Freire García, nos sumerge en un relato donde redescubriremos como era esta celebración.

Belermo imagen de Joaquín Pinto

Inocentes 
                                                                                        Susana Freire García*


Las populares fiestas de Inocentes fueron sin duda una de las mayores expresiones de jolgorio y creatividad que se vivieron en Quito, desde principios del siglo XIX. Esta celebración tiene su origen en un episodio del cristianismo (Día de los Santos Inocentes) que recuerda la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén, bajo el mandato del Rey Herodes. En Quito, estas fiestas empezaban el 28 de diciembre y se extendían hasta el 6 de enero (Día de Reyes). Las calles de la ciudad se convertían en un improvisado escenario, para que los más curiosos personajes hicieran de las suyas, con una mezcla de comedia irónica. Por las esquinas y portales (en especial el de Santo Domingo), rondaban grandes comparsas de payasos vestidos con pantalones bombachos de raso y lentejuelas, que se abrían paso en medio de la rechifla general y de las burlas de los niños, quienes coreaban: “Payasito la lección, de la esquina a la estación, tu mamita sin calzón, y tu taita, cabezón”. Las risas se oían por todas partes, mientras los aludidos respondían con la siguiente copla: “Santa Teresa dijo, que todos los hombres tienen, cabeza de chicharrón, y boca de tirabuzón”. Luego los payasos tomaban sus largos chorizos de trapo, y perseguían a los niños para asustarles. Más allá estaban los monos quienes llevaban elegantes trajes de raso y una cola de 2.5 metros que terminaba en un pluma, con la cual manchaban de polvo blanco a todos los distraídos y curiosos. No podían faltar las chuchumecas (según Miguel Angel Puga este término es una variación de la palabra mexicana chichimeca que significa bárbaro, extranjero o no civilizado) quienes llevaban en la cabeza una especie de capota, y en el rostro una careta de alambre fino. Tenían también una falda acampanada con vuelos y encajes, un fuete en la diestra, y en el antebrazo una bolsa llena de colaciones y granos de morocho, que arrojaban al suelo para que los niños se acercasen. Ellos lo hacían en medio de coplas que decían: “Fiera vieja chuchumeca, con tu cara de muñeca”, a sabiendas de que recibirán algunos fuetazos. Igual de fascinante era observar a los belermos (remedo de los padres betlemitas), ataviados con trajes de percal y capucha, semejantes a un dominó o hábito de fraile, que llevaban en la mano una jeringuilla gruesa y un rosario sobre el pecho, haciendo ademán de curar o más bien de asustar, a sus posibles pacientes (este personaje fue inmortalizado por el célebre pintor quiteño Joaquín Pinto).
Capitaneados por los payasos, estas cuadrillas visitaban los barrios del centro de Quito, para encontrarse con otros disfrazados, y así gastarse bromas y burlarse de sí mismos y de los otros bajo el conocido lema ¡Por inocentes! Entonces se formaba un tumulto en el que se confundían las chullitas provocativas de zapatillas blancas, los pierrots de cara enharinada, arlequines, marineros, bailarines, yumbos con plumajes de papagayo, mozalbetes con chaquet o la americana puesta al revés, los “maimundes” que hacían bailar con sus panderetas a los monos, cocineras descachalandradas, entre más personajes, para dar rienda suelta a la alegría y a un deseo consciente de evadir los problemas y las penas,  a través de la música, el corso de flores, los juegos de aguinaldos, la comida y la bebida.
En la antigua Plaza Belmonte el jolgorio llegaba a su punto culminante. Las bandas militares y de los albañiles, empezaban a entonar piezas alegres. Cada quien escogía a una pareja para coquetear, amparados en el antifaz o la careta. No en vano el escritor Alejandro Andrade Coello (Quito 1881-1943), nos dejó la siguiente descripción: “Y rompe el baile al son de bandas militares o de charangas del pueblo. La muchedumbre se agita con sus sedas y lentejuelas, con sus cintajos y matices chillones, con sus desvaídas vestimentas, produciendo la ilusión de un enorme calidoscopio, que la plebe dice titilimundi (…) El baile de máscaras es colosal e indescriptible. Se diría que los tonos de un gigantesco prisma han transformado la visión de las cosas, con la magia de la refracción”. 

*susanafg22@yahoo.com

jueves, 20 de diciembre de 2012

En fiestas de Navidad no solo los artesanos sorprendían con su elaborados pesebres, dentro de los silenciosos monasterios, en la paz y quietud de los claustros, mujeres de extraña habilidad entre rezos y devoción divina, sorprendían con su trabajo de mucha paciencia.
Invitamos a conocer sobre este tema en una lectura hecha por nuestra amiga Susana Freire García.

Niño Jesús con vestimenta.

“Mujeres de rara habilidad”
                                                                                           Susana Freire García*
En tiempos de la Colonia, escasas fueron las opciones con las que contaban las mujeres, al momento de elegir por un estilo de vida distinto al comúnmente asignado por la sociedad y la familia. Lo más común era que se casaran y tuvieran hijos, para así mantener el status quo del sistema patriarcal. Sin embargo hubo un privilegiado grupo de mujeres que accedieron a otra forma de vida, en la que tenían la oportunidad de educarse y contar con una “especie de independencia” frente a los patrones establecidos. Esta opción consistía en ingresar a un monasterio y dedicarse a una existencia espiritual. Claro que no todas las mujeres podían ingresar a estos lugares. En los más importantes monasterios femeninos de la Audiencia de Quito como fueron los de Santa Catalina, Santa Clara, La Concepción, Carmen Alto y Carmen Bajo, solo ingresaban las hijas de buena familia, quienes a través del pago de una dote, cuya cuantía variaba según las reglas de cada convento, pasaban de la tutela familiar a la eclesiástica. Y si bien no todas ingresaban por libre voluntad, la mayoría de ellas no tenían interés por el matrimonio y la maternidad, de ahí que contar con otras alternativas constituía un buen aliciente. Bajo las reglas de cada comunidad, las religiosas cumplían una estricta jornada de trabajo. A la par recibían una instrucción que a la mayoría de mujeres les estaba negada, y que consistía en clases de latín, canto, música, dibujo, manualidades, escultura, pintura, entre otras. Esto les permitió alcanzar un estatus superior, al que algunas de ellas supieron explotar con buenos frutos, como es el caso de Sor Catalina de Jesús Herrera, Sor Gertrudis de San Idelfonso, Sor Juana de Jesús, o Sor María Estefanía de San José  (conocida como la Madre Magdalena Dávalos) quien fue una hábil escultora, cuyas obras reposan en la iglesia del Carmen Bajo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Nuestra amiga Susana Freire García, nos sumerge en una antigua celebración y su importancia. Compartimos con ustedes una lectura sobre el pesebre y su historia en Quito.


Pesebre del Carmen Bajo

El pesebre: una expresión popular en Quito
                                                                                                       
                                                                                       Susana Freire García*


La fiesta de la Navidad es un momento oportuno para valorar el legado de los artesanos quiteños, en torno a una de las expresiones más populares y arraigadas en nuestra cultura como es el pesebre (denominado originalmente como Belén). Al respecto es necesario conocer que esta tradición tuvo sus orígenes en Greccio (Italia) durante el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís reprodujo en vivo el nacimiento de Cristo, un 24 de diciembre de 1223. Esta iniciativa se propagó por toda Italia, y posteriormente en España y en el resto de la Europa católica. Con la llegada de los españoles a América, esta costumbre se extendió en los territorios colonizados a través de las órdenes religiosas, principalmente la de los franciscanos. En el caso de la Audiencia de Quito, el historiador José María Vargas recuerda que uno de los primeros registros de esta tradición, se remonta a la segunda mitad del siglo XVI, cuando en la Catedral de Quito el 16 de diciembre se daba comienzo a las nueve misas de aguinaldo. Para tal efecto en cada una de las iglesias ya debía estar armado el pesebre, puesto que a diario se rezaba la Novena del Niño, y se terminaba  la misma con varios cánticos entre ellos el popular Dulce Jesús Mío.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Continuamos con la segunda parte de la lectura ¿Es válido celebrar la Fundación de Quito?

Monumento de la Independencia

¿Es válido celebrar la Fundación de Quito?
Segunda Parte
                                                                                   Susana Freire García*
Si nos remitimos al significado de la palabra “fundación” obtenemos por respuesta: “principio, origen de una cosa, establecimiento”. Partiendo de esta noción,  es necesario tomar en cuenta que muchos años antes de la llegada de los españoles, en nuestras tierras ya se asentaron sus primeros pobladores, para vivir mancomunadamente alrededor de lo que la naturaleza les proporcionaba, y dentro de un sistema igualitario en cuanto a la repartición de los productos que recolectaban. Al contrario, cuando los españoles llegaron a esta tierra, impusieron a la fuerza sus costumbres, idioma, religión, bajo su óptica expansionista y colonialista. Aquí cabe preguntarse ¿fue propiamente una fundación la de Quito, o se trató más bien de una invasión? Esto nos lleva  a reflexionar sobre la validez de estas fiestas, al igual que el criterio de historiadores, quienes con pruebas fidedignas afirman que el 6 de diciembre de 1534 no se realizó dicha fundación, sino el 28 de agosto de ese mismo año (esto ya se explicó en la primera parte de la serie).