jueves, 28 de noviembre de 2013

No debemos olvidar que hay espacios que se convirtieron en un fuerte referente cultural, Susana nos comparte sobre uno de esos espacios de nuestra milenaria ciudad. 


El Teatro Sucre a inicios del siglo XX. (Fotógrafo no identificado)




Los primeros años del Teatro Sucre
Susana Freire García*

El pasado 25 de noviembre se conmemoró un año más de la fundación del Teatro Sucre, de ahí que quiero compartir con nuestros lectores, algunos datos interesantes que nos revelan cómo fueron los primeros años de este importante hito cultural de Quito y sus habitantes.

Sin sombrero ni disfraz
A finales de diciembre de 1886 se publicó el reglamento para el Teatro Sucre, a fin de que quienes asistiesen al mismo se comporten de acuerdo a lo que establecía la ley. Varias fueron las disposiciones que causaron inquietud entre los quiteños, en especial aquellas que implicaban multas pecuniarias o la expulsión del teatro con intervención policial. Así quedó estipulado por ejemplo que ninguna persona podía ingresar al teatro cubierta, embozada, con careta o disfraz. Tampoco se podía llevar puesto sombrero en los palcos, platea y cazuela. Estaba igualmente prohibido fumar, ocupar asientos y palcos que correspondiesen a otra persona, pararse en mitad de una función, mudar de lugar o llevar el compás de la orquesta con golpes de manos, pies o bastón. Los concurrentes no podían ingresar al escenario, ni tampoco dirigirse la palabra de un lugar a otro del teatro. 
Causó igualmente incertidumbre la forma en que la Junta Censora del Teatro decidía que obras podían presentarse. Para tal efecto se estableció que los miembros de la Junta impedirían la exhibición de obras que atacasen a la moral y buenas costumbres de personas, familias y de la autoridad. La censura era motivada y bajo la misma se hacían reformas en los pasajes de las obras, o en el peor de los casos se  las vetaba en su totalidad. La jurisdicción de la censura no solo abarcaba a las piezas dramáticas y líricas, sino a cualquier espectáculo que fuese presentado en el Teatro Sucre. 

“Al teatro no se va a rezar”
Grande fue el alboroto que se armó alrededor de La Mascota, zarzuela cómica de autoría de los señores Durut y Chivot, que los actores de la Compañía Jarques deseaban presentar en el Teatro Sucre. Los miembros de la Junta Censora consideraron que existían ciertas coplas no aptas para “la moral quiteña”, y que por lo mismo era recomendable suspender la función anunciada. Como era de esperarse y dada la polémica suscitada, el público quiteño tenía una gran avidez por conocer el contenido de la obra prohibida, y las protestas ante la prohibición no se hicieron esperar. Por su parte los actores explicaron a los miembros de la Junta Censora que esta zarzuela había sido representada con éxito en otros países de América Latina y que nunca hubo reparos en cuanto a la “moralidad” de la misma, más  tuvieron que obedecer la decisión tomada y cambiar el repertorio. En el periódico capitalino El Ecuatoriano (mayo 8 de 1887) se publicó la siguiente nota al respecto:

Se ha puesto en escena “La Gallina Ciega”; “Las Amazonas del Tormes”, “El Dominó Azul”,  el “Cupido en el Canasto”, ¿por qué se prohíbe “La Mascota”?, que ni siquiera tiene los picantes trozos de la tan aplaudida “Conquista de Madrid” (…)  Al teatro no se va a rezar sino a divertirse, huyendo de la terrible realidad para gozar un momento con las ficciones del genio, a nadie se obliga la concurrencia (…) los que creen que una función no es mística no vayan, pero dejen a cada uno con su gusto, que de gustos nada hay escrito.

Más de un quiteño se preguntó si serían acaso estas coplas, las que tanto pavor provocaron en los miembros de la Junta Censora:
Un día el rey del infierno
cogió de su gran caldera
las brujas que hacen mal de ojo
y las arrojó a la tierra.
Lo supo Dios y al instante
creó para dicha nuestra
querubes que con su influjo
disipan todas las penas.
Esos querubes por mi fe 
son las Mascotas de que hablé
feliz de aquel que el Cielo le da
una Mascota angelical. 
*susanafg22@yahoo.com

lunes, 25 de noviembre de 2013

Gracias a Susana podemos compartir una reflexión sobre el nombre de Quito y el porque se dice que aquí el sol  cae recto.



 Sol quiteño. Facha de la iglesia de la Merced. (Foto de la Autora)


Donde el sol cae recto
*Susana Freire García
La inestabilidad climática de Quito, es una de las características más singulares de nuestra ciudad. De repente el sol sale con fuerza, y al poco rato empieza a llover. El peatón quiteño habrá comprobado que mientras en un sector de la ciudad llueve, en otro el sol hace de las suyas, o lo que es más curioso aún, llueve por determinadas cuadras. En todo caso, parece ser que aquí no hay puntos medios, y que el sol o la lluvia gustan de caer con intensidad.
En el caso del sol, nuestra ciudad está íntimamente vinculada a este astro, desde tiempos milenarios. Esta sensación de sentirlo muy cercanamente, tiene una explicación asociada al nombre y significado de la palabra Quito. Al respecto existen diversas teorías acerca del nombre de nuestra ciudad, y una de ellas señala que el mismo se deriva de los vocablos pertenecientes a las culturas catchiquel y maya. En catchiquel KIJ significa sol, y en maya TOH significa recto o derecho. Si combinamos estas dos palabras obtenemos el vocablo KIHTOH o tierra donde el sol cae recto. Estas condiciones geográficas que son parte del patrimonio natural de Quito, fueron conocidas y valoradas por los primeros pobladores de esta tierra, que hallaron en ella las condiciones necesarias para asentarse y aprovechar sus bondades climáticas. Tiempo después, los incas provenientes del Perú llegaron a este territorio, animados no solamente por intereses expansionistas, sino porque conocían de la privilegiada ubicación de Quito a la que consideraron como una tierra sagrada, en la cual existía la posibilidad de afianzar el culto heliolátrico (culto al sol). Como bien lo afirman varios investigadores, la marcha hacia Quito constituyó para los incas un trayecto hacia la tierra del sol. Esta coyuntura a su vez propició la creación de un centro ceremonial, que se extendió entre el Panecillo (Yavira) y la colina de San Juan (Huanacauri). Al respecto existen algunos estudios que señalan que la posición estratégica del Panecillo fue utilizada para la observación de fenómenos astronómicos, específicamente los relacionados con los solsticios y equinoccios.
Esta estrecha relación entre el nombre de nuestra ciudad y su ubicación geográfica, debe constituirse en un motivo más para valorar a Quito, ya que si desde tiempos inmemoriales fue respetada como tierra sagrada, en los momentos actuales es necesario recuperar ese vínculo que los antepasados tuvieron con la naturaleza quítense, pues sin ánimo de caer en el chauvinismo, no existe otra ciudad en el mundo, donde los rayos del sol caigan con tanta belleza como lo hacen en Quito.
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 14 de noviembre de 2013

Gracias a Susana por compartir este artículo sobre uno de nuestros sitios patrimoniales preferidos, el parque de La Alameda.

Mujeres en La Alameda. Fotografía de José Domingo Lasso. 1909.



El paseo de Marietta
*Susana Freire García

Uno de mis rincones preferidos de Quito, es el parque de La Alameda. Me gusta sobre todo, fijarme en cada uno de los árboles que embellecen este espacio, con su cuerpo de madera y sus ramas llenas de vida. Cada uno de ellos, tiene un sello propio que los hace únicos, más allá del tiempo y las contingencias. Y en medio de los árboles me siento privilegiada, ya que puedo disfrutar de su compañía, y a la vez, evocar a la mujer que hizo posible que yo pueda caminar con libertad por este parque, ya que es necesario aclarar que hace unos siglos, las mujeres no podíamos realizar esta clase de actividades, sin contar con la autorización de un hombre o de la compañía del mismo. Sin embargo y como en todo tiempo, existieron pioneras que desafiando los prejuicios y limitaciones se atrevieron a cuestionar lo establecido. Una de ellas fue precisamente Marietta de Veintemilla (1858- 1907), quien adelantándose a la época en la que le tocó vivir, abogó por la libertad de cátedra a favor de la mujer, y su igualdad  económica y sexual. En uno de sus escritos afirmó que “los ideales de justicia y bien común caben dentro del cerebro de una mujer, de igual manera que en el de un hombre, y que por lo mismo si las mujeres sienten inclinación por otras actividades que no sean las comúnmente asignadas por la familia y la sociedad, tienen todo el derecho a participar en aquellos terrenos alejados del hogar”. Fiel a su pensamiento, cuestionó ciertas costumbres arraigadas en la sociedad quiteña, como aquella que impedía que las mujeres salieran solas a caminar. Por ello hizo campaña a favor de que las mujeres pudiesen pasear por el parque de La Alameda, sin la compañía de padres o familiares. Apoyada por algunas de sus amigas, llevó a cabo su objetivo. Estas mujeres lideradas por Marietta, se atrevieron en el Quito de 1878, a  disponer de su autonomía y tiempo para beneficio propio. Ataviadas con ligeros y coloridos vestidos, se pasearon por los alrededores del parque, demostrando que podían cuidarse por sí mismas. Esta osadía le costó caro a Marietta. Una serie de hojas volantes circularon en Quito, aduciendo que con su actitud corrompía a las jóvenes de buena familia. Sin embargo su lucha dio resultado, y las mujeres pudieron salir a caminar libremente por los menos durante una hora sin la vigilancia paterna, por los alrededores de La Alameda. Lo que en el fondo persiguió Marietta, es que las mujeres aprendiesen a tomar las riendas de su vida sin temores ni límites. 
Es a esta valiente mujer, a la que dedico varios de mis paseos por La Alameda, ya que mientras escucho el murmullo de las hojas movidas por el viento, puedo percibir su huella que desafiante me invita a seguir, el camino menos transitado y difícil….

*susanafg22@yahoo.com

viernes, 8 de noviembre de 2013

El Mito de Quitumbe nos habla de la importancia de la narración oral, estamos convencidos que el trabajo hecho por investigadores, antropólogos, academicos, etc., es muy valioso, pero también creemos en el legado que nos transmitieron nuestros antiguos. Gracias Susana por compartir el valioso relato de Quitumbe.


La Leyenda de Quitumbe


Quitumbe: nuestro Padre Ancestral
Susana Freire García*
En estos días de intensas lluvias, he asociado la presencia de este fenómeno natural con uno de los capítulos más bellos de nuestra historia, que une al mito y a la leyenda,  para brindarnos un origen común como quiteños y ecuatorianos, a través de este personaje legendario como lo es Quitumbe, el fundador del pueblo Quitu y sobreviviente del Diluvio Universal. Sobre él se han escrito varias versiones, desde aquella que nos brindó el Padre Juan de Velasco en su Historia Natural sobre el Reino de Quito, hasta los estudios realizados por los antropólogos Piedad y Alfredo Costales, sin dejar de lado la excelente versión de autoría del escritor Benjamín Carrión, publicada en su obra El Cuento de la Patria, la misma que a continuación reproduzco, para que los lectores conozcan más acerca de este personaje tan importante para la construcción de nuestra identidad, especialmente para los que vivimos en Quito, ya que según lo explicó el historiador Federico González Suárez, el nombre de nuestra ciudad se deriva de su fundador Quitumbe:
“Después del Diluvio Universal. – la inundación del mundo por las Altas Aguas-, en la cima de un monte (Rucu Pichincha), fue depositada una pareja humana: Quitumbe hijo de Tumbe y Llira. En la más alta cima engendraron a un hijo, al que llamaron Guayanay, que quiere decir golondrina. Y Guayanay voló. Creció como los gigantes, pero no tan alto como ellos, y engendró hijos en las llanuras plácidas que estaban cerca, al pie del alto monte. Llanuras pobladas por los Quitus y sus últimos invasores venidos por el mar, los Caras… Después Guayanay volvió a volar hasta las tierras bajas cercanas al mar, regadas por ríos mansos y caudalosos; tierras cálidas, buenas para las frutas dulces y para las serpientes venenosas. En estas tierras, Guayanay-la golondrina-, también engendró hijos, primero en la Isla de Puná y luego en tierra firme-en la tierra de los caciques que murieron de amor- Guayas y Quil-, y más abajo, donde fundó el pueblo de Tumbes, en recuerdo de su abuelo Tumbe y de su padre Quitumbe…
Y así, para que fueran hermanos para siempre, los pobladores de la sierra y el litoral ecuatorianos, nacieron hijos de la misma estirpe: la estirpe de la golondrina. Hombres de la Costa y de la Sierra, somos hijos de la pareja común, hermanos desde la leyenda, hijos de mar, montaña y río, como en el Escudo Nacional. Y con el signo del vuelo impreso en nuestra frente, descendemos –digo mal- ascendemos hasta la golondrina. Y con el mandato irrenunciable, de que, con nuestra fea historia de hoy, de pezuñas y sables, no destruyamos la leyenda de ayer, ennoblecida con el vuelo de la golondrina…
Tomado de El Cuento de la Patria de Benjamín Carrión
*susanafg22@yahoo.com

lunes, 4 de noviembre de 2013

La tradición del día de difuntos es tan fuerte en nuestro país, nuestra amiga Susana hace un importante reflexión al respecto de lo que esta fecha significa para los ecuatorianos, lo compartimos en el siguiente artículo.

Indígenas visitando a sus difuntos. Cementerio de Calderón.


Finados
Susana Freire García*
La celebración del Día de Finados en Quito, guarda en su interior un rico sincretismo cultural, que unió las prácticas de nuestros ancestros, con las de la religión católica que trajeron los españoles a estas tierras. De ahí que es necesario entender a esta conmemoración dentro de un contexto humano y simbólico, que tiene como trasfondo el deseo,   -por decirlo de algún modo- , de que la vida se imponga ante la muerte a través de ritos y ofrendas terrenales. Es por eso, que quiero compartir con los lectores un texto de autoría de Alfredo Fuentes Roldán, sobre este tema:
“Pasando el Puente de Otavalo (actual Plaza del Teatro), se va llegando a los límites septentrionales de la villa, y donde comienza el gran plano de Aña- quito, el Obispo Pedro de la Peña en 1571, ha creado la parroquia de San Blas, para reunir a la numerosa población aborigen allí asentada y hacer mucho más efectivo su adoctrinamiento. Don Melchor Auqui Pillajo fue el famoso y legendario gran cacique de la parcialidad de Cumbayá, y ahora  ha sido elegido para Alcalde de Naturales, encargado entre otras funciones de mantener y fomentar la doctrina, y vigilar el cumplimiento de los deberes religiosos. Pero el querido y valiente Alcalde, con méritos y señoríos bien ganados, cumplió su jornada vital y murió, presentándose con mayor fuerza la discrepancia ideológica y de conceptos entre aborígenes y castellanos (…) La iglesia católica traída por España, luego de ayudar a bien morir al feligrés, vela al cadáver, reza una misa con responso muy alusivo y sepulta los restos mortales. Después dedica oraciones a su alma, pidiendo al Creador, le dé el descanso eterno, haciéndolo indistintamente en todo tiempo, y anualmente el 2 de noviembre, en una conmemoración solemne por todos los fieles difuntos. En el antiguo Reino de Quito, se esperaba la muerte con resignación, como algo que tiene que venir inexorablemente. Entonces el cuerpo del difunto era lavado, amortajado, puesto en una estera sobre el suelo y rodeado de su ropa, utensillos, adornos, comida, bebida y lo que más fue de su agrado. Durante un mes parientes y amigos, en el anochecer, conversaban con el alma del difunto, ayudándose de instrumentos musicales y especialmente con las lamentaciones o “lloros” en los que se exaltan sus acciones y los hechos relevantes de su vida (…) Enterrado el cuerpo con vestido y alimentos, se dejaba canales de comunicación entre los utensillos y la superficie para poder rellenarlos cada cierto tiempo, preferentemente el día de “ayamarca”, la solemne conmemoración anual en que se repite la reunión familiar, el relato de las hazañas del difunto, dichas con dramatismo en boca de la viuda o de la madre, y la ofrenda de comida y bebida que no solo es para el muerto, sino que se comparte con los familiares a orillas del sepulcro.
El Gran Curaca tenía que ser sepultado según su ley. La iglesia y el cabildo reclamaban el riguroso cumplimiento de lo previsto para un Alcalde. Felizmente se llegó a un entendimiento. El cadáver de Don Melchor, puesto en ataúd, sería recogido desde su casa por el cura de la parroquia que con su cruz alta y acompañamiento de toda la comunidad, lo llevaría sin alimentos ni nada impropio, hasta la iglesia donde se le harían las pompas fúnebres de rito y después se lo enterraría, en el cementerio, junto a la iglesia, con una cruz por cabecera. El lugar podría ser visitado en cualquier fecha, especialmente en la conmemoración anual, lo que permitiría a los deudos cumplir con sus antiguos ritos.  Con mucha reticencia los indígenas se veían obligados a aceptar la postergación  de sus creencias. Solo en algo había acuerdo. Lo de que el alma no muere y sigue permaneciendo más allá de lo viviente (…) Con consentimiento del cura o no, ya se arreglarían para poner alimentos en la tumba periódicamente siguiendo su misma forma tradicional, ya que “uchucuta” y “chicha”, ambos hechos con escogido maíz, estarían con su antecesor.
La parroquia siempre en los extramuros de la villa, fue acrecentándose. El templo no pudo cambiar su origen de “iglesia de indios”. Sin embargo la insignificante parroquia de San Blas fue la primera en lograr un acercamiento más práctico que ideológico al conseguir que dos grupos humanos de diferente credo, lleguen a un cementerio común para guardar a sus ancestros sin interponerse mutuamente, y en tan trascendental materia como el culto a sus difuntos”.
Tomado de: Quito tradiciones Tomo I de Alfredo Fuentes Roldán.

*susanafg22@yahoo.com