martes, 24 de diciembre de 2013

Gracias a nuestra amiga Susana que nos ayuda a reflexionar sobre este mes...


Estrella de Belén


Diciembre
Susana Freire García*

En medio del ajetreo y bullicio propios de diciembre, me parece que no queda mayor tiempo para la reflexión y el necesario silencio. La alegría no está vinculada a lo externo, mas bien nace de una satisfacción interna y de la realización personal, de ahí que cualquier intento por aparentar lo que no somos en estas fechas, al final queda solo en eso. Diciembre es sin duda el mes más contradictorio del año, es la época en que posiblemente nacen los mejores sentimientos (aunque para ser honesta me parece un desatino esperar una fecha en particular, para mostrar nuestro lado sensible), y al mismo tiempo, en el que la vanidad y el despilfarro llegan a su momento culmen. Entre estos dos polos opuestos, surge una necesaria pregunta ¿qué tiene este mes en especial con respecto a los otros? Sin ánimo de dar una respuesta, ya que cada lector puede tener la suya, mas bien y en mi calidad de investigadora me atrevo a plantear una hipótesis que deja de lado las creencias religiosas, ya que esto es una cuestión muy personal, y se inclina mas bien por aquello que nos acerca a nuestros semejantes a partir de una óptica humanística. Creo que diciembre despierta en nosotros aquella necesidad de convivir en un mundo mejor, en el que tanto los sueños personales como colectivos sean posibles de alcanzar. Estos ideales de igualdad y justicia tan acariciados por la humanidad, tocan las fibras íntimas de nuestro ser que aún permanecen incólumes, por encima del paso del tiempo y los sinsabores propios de la existencia. Es como si tuviésemos nuevamente la oportunidad de empezar y de luchar por aquello en lo que creemos, aun cuando eso implique nadar en contra de la corriente. El deseo se renueva y por ende la vida, y es en este punto cuando aquellos estímulos externos que provienen de la fiesta y la algarabía, pueden convertirse en detonantes positivos. Ya sea que nos emocionemos con la reunión familiar, las delicias culinarias, los recuerdos de la infancia, la melodía de algún villancico, las luces de navidad, o el olor a palo santo o a sahumerio, lo importante es que la alegría que provocan, sea el impulso que nos invite a dar un giro positivo y a trabajar en aquello que necesitamos. Cada quien conoce sus falencias y limitaciones, y la decisión de dar un paso hacia delante conlleva un compromiso de vida que no admite temores. Mas si nos quedamos con la emoción pasajera de la fiesta, seremos como esos bellos juegos pirotécnicos que brillan por un instante, para luego perderse en la oscuridad. Y el compromiso de ser lo que anhelamos ser, debe extenderse al compromiso de ser ciudadanos de Quito en toda la extensión de la palabra. Esta ciudad es nuestra casa, y generosa nos brinda su hondón, pese a los  maltratos  que sufre de parte de quienes la agreden de varias maneras, ante la vista o la indolencia de sus habitantes. Ser ciudadano quiteño implica amar a la ciudad, a través de su geografía y su historia, de sus luces y sombras, de aquello que la hace única e incomparable. Esta ciudad milenaria, creada por artesanos y mujeres transgresoras, por antihéroes y hombres de valor, por místicos y poetas, merece un lugar privilegiado en nuestras vidas.
Ahora que el año está por acabarse, es necesario reflexionar en lo hecho y en lo que está por hacerse. No es necesario convertirnos en héroes para dejar una impronta. Los actos sencillos y honestos, son los que a la larga cuentan más. Lo importante es realizar nuestra actividad u oficio lo mejor que sea posible, y no dormirnos en los laureles, ya que la existencia no es mas que un continuo aprendizaje, y quien cree que ya lo sabe todo, corre el riesgo de perderse en la mediocridad.
Cuando pienso en estas fiestas, vuelve a la memoria una imagen que se vincula a mi infancia, y a la influencia que desde niña tuvo la historia y la literatura en mi vida. Mis padres solían leerme aquellos relatos de Oriente, en los cuales la figura de esa estrella que supuestamente guió a los Reyes Magos hacia Belén, adquiría  para mí, un significado lúdico y fuera de toda lógica. Me pasaba buscando en el firmamento a esa estrella, hasta encontrarla. Esa era mi estrella, y sigue estando ahí cada diciembre, como la metáfora de que el esfuerzo y la constancia vencen los obstáculos. Me gusta que permanezca en lo alto, para recordarme que soy un aprendiz, y que no debo escoger los atajos, sino el camino más largo.

¡UNA FELIZ NAVIDAD PARA NUESTROS QUERIDOS LECTORES!

*susanafg22@yahoo.com

jueves, 12 de diciembre de 2013

Un nuevo tesoro patrimonial se abre para que podamos descubrir sus secretos, por más de 300 años el monasterio de las carmelitas estuvo cerrado, nuestra amiga Susana nos lleva a recorrer las páginas de la historia de este tesoro.


Fachada del Monasterio del Carmen Alto


Breve historia del Convento del Carmen Alto
Susana Freire García*

En días pasados se inauguró un Museo, en las instalaciones del Monasterio del Carmen Alto, motivo por el que es necesario compartir con nuestros lectores algunos breves detalles sobre esta comunidad religiosa y su llegada a Quito.

El Primer Monasterio del Carmen en la Audiencia de Quito

El proceso de fundación del primer Monasterio del Carmen en la Audiencia de Quito, se dio en el siglo XVII, gracias a las gestiones y aportes económicos del Obispo Agustín de Ugarte y Saravia, dada su afinidad y cercanía con la persona y obra de Santa Teresa de Jesús. Mediante Cédula Real emitida por el Rey Felipe IV de España de abril 2 de 1651, se autorizó la creación “del convento de monjas descalzas de la Orden de Santa Madre Theresa de Jesús”. Lastimosamente el Obispo Saravia no pudo ver concretada su obra, mas antes de morir dejó firmado el auto de fundación el 27 de enero de 1652, dejando encargado el proyecto a su prima hermana Doña María de Saravia, tal como lo señala el historiador Federico González Suárez. 
Los trabajos de edificación del Monasterio del Carmen estuvieron bajo el cuidado del albacea Gómez Cornejo y el Presidente de la Audiencia Don Martín de Arriola. El lugar escogido estaba detrás del Convento de La Merced. Mientras tanto las religiosas fundadoras de la orden, viajaron desde Lima a Quito en medio de difíciles circunstancias. Tras cuatro meses llegaron a esta ciudad transportadas en sillones cargadas por indígenas, y trayendo consigo valiosos objetos como ornamentos para la capillas, y tres campanas. Las religiosas se instalaron en el edificio ubicado detrás del Convento de La Merced, el mismo que resultó demasiado húmedo y perjudicial para su salud. Debido a estos inconvenientes, se trasladaron a la casa que había pertenecido a la familia de Mariana de Jesús Paredes, y que al momento era de propiedad del Capitán Don Juan Guerrero, cónyuge de Juana de Casso, sobrina de Mariana. Cumpliendo con la voluntad de su tía, quien en vida había profetizado que en su casa vivirían las religiosas del Carmen, Juana de Casso y Don Juan Guerrero cedieron la propiedad a las mismas. Esta casa ubicada frente al Hospital Real o de la Misericordia (actual Museo de la Ciudad) fue readecuada por el arquitecto Ruales de acuerdo a las necesidades de la comunidad, obra que costó seis mil pesos que fueron donados por su benefactora principal Doña María Saravia. En 1656 se iniciaron nuevos trabajos al interior del  Monasterio dada su estrechez. El padre Silvestre Fausto y el Hermano Marcos Guerra, reconocidos arquitectos de la Compañía de Jesús, fueron los encargados de diseñar los planos y ejecutar la obra. El Hermano Guerra trazó una iglesia con la entrada por la calle Rocafuerte, en dirección a la plazuela de Santa Clara, a más de la implementación de una huerta y habitaciones nuevas para las religiosas.
La primera novicia quiteña que formó parte de la comunidad carmelita fue María Teresa de San José, quien en mayo de 1653 profesó los votos de obediencia, castidad y pobreza a Dios y a la Virgen del Carmen. A más de religiosas, la comunidad también acogía a mujeres desamparadas, que a cambio ayudaban en las tareas domésticas. También existió la figura de “mujeres donadas” que siendo españolas o mulatas vivían con las religiosas, sin tomar en cuenta su procedencia. Igualmente habitaron en el Monasterio niñas huérfanas abandonadas en la puerta del Monasterio. Incluso llegaron a vivir en él, las esclavas negras que Doña María Saravia consignó en su testamento, como herencia para el servicio de las religiosas.
El Carmelo Quiteño se acogió a la advocación tutelar de San José. Años después el Monasterio recibió el nombre de Carmen Alto, tal como se lo conoce hasta la actualidad, para diferenciarlo del Carmen Bajo o Moderno. 
*susanafg22@yahoo.com