jueves, 26 de septiembre de 2013

Llegamos al final de nuestra historia sobre la estatua de Sucre, los artículos de Susana nos han hecho reflexionar al mirar nuestra historia...



Juan León Mera (1832-1894)


La estatua de Sucre y su polémica historia
Final
Susana Freire García*
La respuesta del gobierno de Caamaño no se hizo esperar. En enero de 1887 circuló en Ambato, un documento titulado Por la estatua de Sucre. En el mismo se acusó a Mera de concitar enemigos al gobierno valiéndose del escándalo y la exageración. El intelectual lejos de intimidarse ante el poder, contestó las acusaciones de Caamaño a través de un opúsculo al que intituló Mi última palabra acerca de la estatua de Sucre, y que fue publicado el 16 de enero de 1887 en Ambato. En él siguió insistiendo sobre la nefasta actitud de Caamaño, quien permitió la mutilación de la estatua con una cuestionable permisividad, dejando además en claro que las relaciones entre Ecuador y España debían basarse en el respeto al pasado, la verdad y los intereses de la patria.
A la par que Mera cuestionó directamente a Caamaño, hizo lo propio con el diplomático español Llorente, a quien se encargó de dar a conocer sus publicaciones acerca de la polémica sobre la estatua de Sucre. Fue así que surgió un intercambio epistolar entre ambos, compuesto de tres cartas de Mera y tres de Llorente. En su primera carta fechada el 5 de enero de 1887, el embajador español  no solo negó haber solicitado la mutilación de la estatua, sino que acusó a Mera de sentir un profundo odio hacia España.  A su vez Mera le contestó con una frase corta y contundente “los pueblos deben ser generosos pero no desmemoriados” (Barrera 2013: 96).  A su vez Llorente en su afán de atacar a Mera, señaló en otra de sus cartas “que las guerras de la independencia no fueron tales, sino simplemente una guerra civil en la que fuimos vencidos por nosotros mismos” (Barrera 2013: 97).  
Esta álgida relación epistolar entre ambos, terminó el 22 de enero de 1887 con una carta de Mera, en la que denunció públicamente a sus enemigos políticos liderados por Caamaño y Llorente.  A los pocos días, tal denuncia se evidenció, dado que sus opositores iniciaron una campaña internacional para desprestigiar a Mera.  La primera muestra  fue un artículo publicado en el diario La Unión de Madrid (febrero 8 de 1887), en el que se señaló “que en la capital de la república del Ecuador se han dado mueras a España y a los españoles con motivo de una disposición adoptada por el presidente de la república, a consecuencia de nuestro representante en la misma” (Barrera, 2013: 101). Días después, el 16 de febrero del mismo año, salió a la luz una nota escrita en el Archivo Diplomático y Consular de España, por un corresponsal de la revista en el Ecuador, el mismo que no escondió su simpatía por Llorente, a la vez que criticó al conjunto escultórico adjudicándole defectos de fondo y forma. La nota culminaba con la reproducción íntegra de las cartas intercambiadas entre el embajador español y el Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador José Modesto Espinosa, para dejar en claro el apoyo y prestigio del que gozaba Llorente en el país.  Y para castigar aún más a Mera, varios periódicos de España se hicieron eco de la gran celebración que se iba a realizar en Quito, a propósito del primer natalicio del Rey de España Alfonso XII. En efecto, el presidente Caamaño, botó “la casa por la ventana”, con motivo de estos festejos, en los que la presencia de Llorente tuvo un gran peso. Sin embargo lo más que más indignó a Mera fue que sus compañeros de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, formasen una Comisión Especial para visitar y congraciarse con Llorente, el día del natalicio de Alfonso XII, a sabiendas de su situación.
Por prudencia, las autoridades españolas decidieron suprimir en julio de 1887, la legación diplomática de España en el Ecuador. Desde su país natal, Llorente siguió atacando a Mera, mas hubo quienes también salieron en su defensa como fue el  caso de Juan Montalvo, quien desde París y a través de un folleto titulado Impresiones de un diplomático (marzo 15 de 1888), contestó con su natural ingenio al diplomático español. Dos meses más tarde, Mera publicó su texto El Ecuador y Don Manuel Llorente Vásquez.  Estos dos ensayos constituyeron un duro golpe en contra de Llorente, a más de la incorporación de Mera como miembro de la Real Academia Sevillana de Letras el 9 de marzo de 1888.
Cinco años antes de morir y alejado ya de aquella polémica, Mera escribió a su hijo Trajano una misiva, cuyo mensaje tiene en la actualidad una gran validez , razón por la que es necesario leerlo con detenimiento y espíritu reflexivo:
No olvides que cuando aprendas no es para ti sino para tu patria; este pensamiento debe dominarte, para que cuando aprendas sea bello, verdadero y útil, pues, claro, se está, nadie debe ofrendar a su patria monstruosidades, mentira, naderías o variedades. Tú conténtate con la honra de tu nombre y si te la disputa la envidia, o la desconoce la ingratitud de la patria misma, no importa: ni la envidia ni la ingratitud podrán arrebatarte la satisfacción de haber cumplido tu deber. (Barrera, 2013: 138).
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 19 de septiembre de 2013

Susana nos comparte la segunda parte del artículo sobre la polémica de la estatua de Sucre.


Estado actual de la estatua de Sucre luego de la mutilzación



La estatua de Sucre y su polémica historia
Segunda Parte

Susana Freire García*

Para cuando se suscitó el escándalo alrededor de la mutilación de la estatua de Sucre, Juan León Mera se desempeñaba como Presidente de la Cámara de Diputados. Por lo mismo, no le resultaban desconocidas las maquinaciones del diplomático español Llorente, quien se creía con todo el derecho de inmiscuirse en la vida política del país, toda vez que contaba con el apoyo del presidente Caamaño. Llorente no solo que intervino en el asunto de la estatua de Sucre, sino que meses atrás y con todo cinismo, aprovechó la velada efectuada el 10 de agosto de 1886 en conmemoración del Primer Grito de la Independencia, para solicitar la modificación de la letra de Himno Nacional, aduciendo que afectaba la imagen de España y que “tener abierto eternamente el libro de agravios entre dos países de la misma familia,  no es propio de pueblos cultos” (Barrera, 2013: 60).
Mientras el pueblo quiteño hizo público su rechazo a Llorente, el Ministro de Relaciones Exteriores José Modesto Espinosa, se apresuró a responder el 11 de agosto de 1886, al diplomático español diciéndole que el Ecuador ya había olvidado las dolorosas contiendas que precedieron a su establecimiento como nación independiente, y que se complacía en apellidar “Madre” a España, y ofrecerle el tributo de sus más puros afectos.  Mera, que conoció de cerca todos estos incidentes, se sintió doblemente ofendido, ya que no solo era el autor de la letra del Himno Nacional, sino que le indignaba la postura de quienes no hacían respetar la soberanía nacional. Y esta indignación, valga la redundancia, llegó a su punto máximo cuando el presidente Caamaño accedió a la petición de Llorente, para mutilar la estatua de Sucre. A los pocos días de este suceso, exactamente el 28 de diciembre de 1886, Juan León Mera publicó en Ambato un panfleto intitulado La estatua de Sucre. Su punto de vista dejó claro que Caamaño fue el responsable directo de la mutilación de la estatua de Sucre, y que Llorente contó con la benevolencia del gobierno ecuatoriano para alcanzar su objetivo. Lejos de dejarse llevar por la intolerancia, Mera brindó en su alegato razones de peso para cuestionar aquel revisionismo hispánico propugnado por los intelectuales de su época como Honorato Vásquez, Roberto Espinosa o Quintiliano Sánchez, que seguían defendiendo aquella tesis de la devoción ciega y filial hacia España. No en vano expresó lo siguiente: 
No se comprende que haya americanos que por una parte se ufanen de la independencia y de las glorias de Bolívar, Sucre, Páez, y por otra tiendan a menguar las razones que hubo para luchar por esa misma independencia, y a deslustrar esas glorias: éstas en verdad no serían grandes si nuestros héroes hubiesen combatido por una causa injusta, por romper lazos de flores y evitar las caricias de una madre amorosa. (Barrera, 2013: 83).
Mera propuso ante todo una filosofía de dignidad, independencia y soberanía, que ya la dio a conocer en la letra del Himno Nacional, de ahí que consideró que al mutilar la estatua de Sucre, se estaban atentando contra estos valores:
El grupo de Sucre con su india libertada, con el León y el escudo a sus pies, con el  cetro y cadenas rotas, era, pues, esencialmente nacional; y la mutilación que acaba de verificarse es un acto antipatriótico, humillante, vergonzoso”. (Barrera, 2013:84).
Sin temor a las represalias, el intelectual ambateño se colocó en la cuerda floja. Su presente y futuro tanto personal como político, estaban en manos de sus opositores….

Continuará
*susanafg22@yahoo.com

jueves, 12 de septiembre de 2013

Estamos convencidos que nuestra historia tiene matices, hay historias muy oscuras que tal vez nos avergüenzan, hay otras historias claras que nos enorgullecen; a lo largo de estos años nos hemos dado cuenta que debemos investigar toda nuestra historia y mirar como un espejo ¡Quienes Somos!

Compartimos una artículo de Susana donde vale la pena preguntarnos ¿Quienes somos?



Modelo original de la estatua de Sucre. Colección privada de María Paéz Freile



La estatua de Sucre y su polémica historia
Primera Parte
Susana Freire García*

A propósito de la reciente publicación del libro León Americano. La última polémica de Juan León Mera, de autoría de la investigadora María Helena Barrera, pondremos en conocimiento de nuestros lectores, uno de los capítulos más interesantes y poco conocidos alrededor de la historia del Teatro Sucre, y de la intervención del reconocido intelectual en la defensa de la soberanía nacional.

La estatua de Sucre

Según la historiadora Alexandra Kennedy, la idea de hacer una escultura de mármol en honor a Antonio José de Sucre, surgió de las señoras Carcelén, quienes donaron 10000 pesos para tal objetivo. El artista español José González Jiménez fue el encargado de realizar esta obra, cuyo contrato fue suscrito en 1874, entre el Municipio de Quito y el artista español. El plazo de entrega era de dos años, tras el cual el español González presentó un modelo en yeso para su aprobación previa. A las autoridades locales no les gustó la propuesta artística, situación que desalentó al escultor español, quien decidió abandonar el proyecto, y por ende salir de Quito.
Años después, el presidente Caamaño decidió rescatar esta obra que se encontraba en una casa ubicada en el barrio de La Loma, con motivo de la inauguración del Teatro Sucre en noviembre de 1886.  La escultura de Sucre fue colocada en los exteriores del teatro, a fin de que los quiteños pudiesen admirarla, tal como la concibió el escultor González: el héroe Antonio José de Sucre se hallaba en actitud de proteger y liberar a una indígena (símbolo de la patria), mientras que a sus pies yacía el león español, junto a un cetro y a unas cadenas rotas.
La reacción del entonces embajador español en el Ecuador Manuel Llorente Vásquez, no se hizo esperar. El diplomático protestó públicamente ante lo que él consideraba un desagravio hacia España, dada la manera en que Sucre pisoteaba la cabeza del león español. Decidido a presionar al presidente Caamaño, utilizó todas las estrategias políticas con tal de conseguir su objetivo. Caamaño en su deseo de evitar un conflicto con España ordenó que el león fuese retirado al igual que las cadenas. Esto lejos de agradar al pueblo quiteño, avivó las críticas en contra del mandatario por la sumisión demostrada ante el representante español, tal como lo demuestra esta nota publicada en El Comercio Bisemanario Mercantil, Científico, Literario, Político y Noticioso, de diciembre 24 de 1886, en el que se calificaba como un gran desagravio a la decisión del gobernante:
No de otra manera debe calificarse la mutilación del primoroso grupo ejecutado en yeso por el hábil artista español Sr. José González Jiménez representando al Gran Mariscal de Ayacucho, al inmortal Sucre en el momento de consumar la Libertad de América y de hacer doblegar la cerviz bajo su planta al León Ibérico; alegoría consentida y aceptada en todos los países de este continente, que conquistaron su independencia es sangrienta lucha, sin que por eso dejen de estrecharse las buenas relaciones sociales, literarias y comerciales, que con ellas se buscan. Ese precioso grupo adornaba el pórtico del Teatro Sucre y era un monumento de nuestras glorias nacionales, que todos contemplábamos con orgullo y con satisfacción. Pues bien: con gran sorpresa y con profundo pesar hemos visto, de repente, mutilado el simbólico y artístico grupo, quedando el Héroe de Pichincha y de Ayacucho con espada en mano, en actitud de libertar a la joven América, que ha roto sus seculares y poderosas cadenas; pero ha desaparecido el León vencido, que completaba el monumento, sin que podamos explicarnos que susceptibilidad, o que capricho pudo haber influido en semejante mutilación tan ofensiva al sentimiento nacional, bien revelado ya en todas las clases sociales.
La polémica apenas empezaba, y es en este punto cuando emergió la intervención del intelectual Juan León Mera, para colocar en el debate, el controvertido tema de la sumisión ante “la Madre Patria”.
Continuará
*susanafg22@yahoo.com

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Compartimos un artículo de Susana Freire, donde reflexionamos sobre los 35 años que Quito fue declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Plaza de San Francisco de Quito



Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad

*Susana Freire García

El próximo 8 de septiembre, se celebran los 35 años de la Declaratoria de Quito Patrimonio Cultural de la Humanidad. Este reconocimiento otorgado por la Unesco en  1978, se basó en cuatro elementos fundamentales que diferencian a nuestra ciudad del resto de urbes: Quito posee un centro histórico vivo, ya que está habitado por un conglomerado social; su patrimonio está conformado por testimonios físicos e históricos provenientes del pasado; estos testimonios físicos se vinculan con la identidad del pueblo que lo habita; y, por la riqueza y talento humano de sus artistas, muchos de ellos anónimos y pertenecientes a la denominada Escuela Quiteña. Por ello la importancia de reflexionar y plantear nuevas lecturas acerca del patrimonio, que impliquen una relación directa entre habitante y ciudad.

Patrimonio: identidad y pertenencia

Cuando pienso en la palabra patrimonio lo primero que viene a mi mente, es la imagen de una ciudad que me es propia y querida. Me es propia porque está intensamente ligada a mi existencia, y me es querida porque ha propiciado y sigue propiciando en mí, una serie de reflexiones que alimentan mi tarea de investigadora. Es por ello que defiendo el hecho de que los estudios y reflexiones acerca del patrimonio, deben partir necesariamente de dos puntales claves para asumir y entender su real significado y alcance: identidad y pertenencia. 
Nuestra ciudad es privilegiada. Cuenta en primer lugar con un bello entorno natural, y una flora y fauna que la hacen única. A esto se suma su patrimonio arquitectónico que se torna visible a través de sus edificaciones religiosas y civiles, sus plazas y calles, concentradas en lo que conocemos como el centro histórico. Está también su memoria colectiva enriquecida por una serie de elementos en los que la oralidad juega un papel preponderante, ya que a través de la misma se transmiten de generación a generación, aquellos conocimientos que nacen de las tradiciones, festividades, costumbres y saberes populares. Y por último y no por ello menos importante, tenemos al conglomerado humano que la habita, y que es el responsable de proteger y cuidar el patrimonio de Quito.
Todos los factores anteriormente citados confluyen para que esta ciudad sea Patrimonio Cultural de la Humanidad, y por lo mismo no pueden ser entendidos de manera aislada, sino como un todo diverso.  Si estudiamos el entorno natural de Quito desde un punto de vista estrictamente científico, dejamos de lado la relación naturaleza- ser humano, que ha sido y es tan importante en el caso de la capital. Desde un inicio, los primeros pobladores de esta tierra, reconocieron en la misma una serie de características que la hacían ideal para vivir. No en vano el nombre de Quito está asociado a su ubicación geográfica, de ahí que se le conoce como “la tierra de la mitad”, “el hondón que favorece” o “el lugar donde el sol cae recto”. Si por igual, nos quedamos en un análisis meramente arquitectónico del patrimonio tangible como son las iglesias, monumentos, esculturas u obras de pintura, nos olvidamos de quienes los crearon. Lo ideal es acercarse sensiblemente a estos objetos artísticos y desentrañar lo que nos dicen, ya que tras ellos están el ingenio y la habilidad de nuestros artesanos quiteños, la mayoría de ellos anónimos, cuya maestría fue ya reconocida hace siglos, por el precursor de la independencia Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Algo similar sucede con la memoria colectiva (patrimonio intangible). Si examinamos las distintas expresiones culturales de Quito, sin tener como basamento a su diversidad y al contexto histórico del cual emergieron, corremos el riesgo de manipularlas o alterar su sentido original, para convertirlas en un simple producto comercial. 
Si por el contrario todos estos factores son entendidos en conjunto, se puede lograr un acercamiento más humano y sensible al tema del patrimonio, ya que a la vez que se asume su validez histórica y social, también se crean puentes para reforzar en los ciudadanos, aquel sentimiento de identidad y pertenencia, tan importante al momento de asumir que cada uno de nosotros somos los responsables directos de hacer de Quito, una ciudad patrimonial en el amplio sentido de la palabra.

*susanafg22@yahoo.com