viernes, 25 de octubre de 2013

Compartimos la segunda parte sobre el ilustre desconocido, gracias a nuestra amiga Susana Freire por el artículo.



Interior de la Casa de José Mejía Lequerica




José Mejía Lequerica: un ilustre desconocido
Segunda Parte
                                                                                                      Susana Freire García*

En el año de 1798, la presencia del Barón de Carondelet como presidente de la Real Audiencia de Quito, propició una renovación en el campo de las ciencias. Carondelet en base a un minucioso análisis de la situación de las universidades en Quito, envió un nuevo Plan de Estudios a Madrid para su aprobación. Una vez autorizado a realizar las reformas, Mejía fue tomado en cuenta por Carondelet para ser parte de este proceso. El joven intelectual se hallaba cursando la cátedra de teología en la Universidad de Santo Tomás de Aquino, en medio de una pertinaz oposición que llegaría a su clímax, cuando  se presentó a rendir su examen previo al grado de Licenciado en Teología. Las autoridades de la institución negaron su solicitud, aduciendo que no podía optar por este título ya que se encontraba casado. En noviembre de ese mismo año, Mejía se presentó como candidato para dictar la cátedra de filosofía, y solo fue calificado para el tercer lugar de la terna. Indignado por la situación, el Barón de Carondelet intervino en el asunto para que a Mejía se le permitiera dictar esta cátedra en base a sus méritos. Sin embargo y pese a los esfuerzos que realizaba, la oposición contra él no daba tregua. El blanco de los ataques giraba en torno a su condición de hijo ilegítimo. Pese a los obstáculos se presentó en enero de 1805 a rendir su grado previo al título de Bachiller de Medicina, mas su intención fue rechazada. En octubre del mismo año hizo lo mismo para obtener su Bachillerato en Cánones, más el argumento de la ilegitimidad de su nacimiento nuevamente pesó. El asunto llegó hasta conocimiento del Barón de Carondelet, quien esta vez no pudo hacer nada por el joven intelectual.
Ante tantas discriminaciones, Mejía se encontró frente a una encrucijada: por un lado deseaba servir con sus conocimientos a su tierra natal y más que todo trabajar junto a Manuela Espejo por la causa independentista, y por otro, sentía que sus aspiraciones y proyectos siempre se verían frustrados por los prejuicios y la mediocridad. Entonces decidió marcharse de Quito a finales del año de 1805. Tras una breve permanencia en Guayaquil, viajó hacia Lima, en donde le otorgaron algunos grados académicos, y posteriormente a España en compañía del intelectual quiteño Juan José Matheu. A este país llegó en 1807, en medio de la invasión napoleónica. El heredero al trono español Fernando VII había sido depuesto, y en su lugar gobernaba José Bonaparte. Para paliar en algo el estado de inestabilidad, las principales ciudades de España, entre ellas Cádiz, establecieron Juntas de Gobierno. A la par también se dispuso que las colonias americanas pudiesen contar con un representante en las Juntas, y para ganar tiempo se escogió como diputados americanos a aquellos que por el momento residían en Cádiz. Esta fue la oportunidad para que José Mejía accediera al cargo de diputado suplente en representación de Santa Fe de Bogotá en el año de 1810.
Gracias a su talento, Mejía se convirtió en uno de los diputados más brillantes de las Cortes de Cádiz. Sus discursos incomodaban a quienes defendían la supremacía de España en América, ya que su propuesta se basaba en el derecho que tenían las colonias americanas de contar con un gobierno autónomo, liberal y progresista. Como hombre laico defendió la libertad de opinión, pensamiento, imprenta y educación, y  la abolición del tributo que pagaban los indígenas a favor de la corona española. A la par de su desempeño como diputado, Mejía publicó en Cádiz un periódico titulado La Abeja, en donde hacía uso de su ingenio a favor de la causa libertaria, al tiempo que inició una campaña en contra del restablecimiento de la inquisición. Lamentablemente su valiente accionar se vio limitado por su repentina muerte acaecida en la ciudad de Cádiz el 27 de octubre de 1813, a consecuencia de la fiebre amarilla. En sus discursos y en sus escritos, estuvo siempre presente el ideal de que su tierra natal alcanzara la anhelada independencia, ya que como él mismo expresara: “Si aquello por lo que se ha decidido conviene a la patria, no debe abandonarse: abandonar su obra, es abandonarse a sí mismo”. 
*susanafg22@yahoo.com

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