jueves, 4 de julio de 2013

Nubes Rosadas

Cuando éramos guambras "todo" nos llamaba la atención, la forma de hablar de la vecina, los juguetes, las piedras, etc. Pero es bueno saber que la imaginación de los niños y niñas es única, pensar que las montañas son gigantes acostados, o las distintas formas de las nubes que en la mente forman figuras, personas y más...
Susana nos inspira a mirar nuevamente con esa imaginación de guambra al cielo de Quito.



Nubes Rosadas Foto: Susana Freire García

Nubes rosadas
Susana Freire García*

Cuando el sol lanza sus primeros rayos, las nubes rosadas hacen su entrada en el cielo quiteño. Su blancura adquiere ese color tan especial, dado el sutil coqueteo que mantienen con el astro solar. Se dejan acariciar por él, mas no quemar, ya que conocen la intensidad de su fuego. Prefieren mantenerse a una prudente distancia, mientras se deslizan sutilmente para distraerlo. Desde abajo y a la distancia, es hermoso observarlas y tratar de encontrarles sentido a sus múltiples formas. Este es un juego que hasta el día de hoy me sigue gustando. Desde niña solía recostarme sobre la hierba para mirar con detenimiento a las nubes. A veces descubría en ellas rostros humanos o de animales, o seres salidos de algún cuento. Ahora mi imaginación va más lejos: me pregunto si aquel color tan singular que adquieren a determinadas horas del día, será posible solamente en una ciudad como la nuestra. Hay algo en Quito que hace únicas a las nubes, ya que aquí el sol cae recto y la energía se concentra de modo especial. Es por ello que la luz ingresa al hondón como si de una obra de arte se tratase, e impregna a las nubes con un matiz muy especial. Esto ya lo percibieron nuestros antepasados quienes sabían que Quito era la tierra del sol, y también lo percibió el poeta Jorge Carrera Andrade al expresar “que las nubes parecían bajar, como fabulosos animales de algodón a tenderse sobre las sementeras, las plantas de mellocos, las patatas en flor, y las jícamas de hojas anchas como lenguas de vaca”.
Al verlas así, con ese color tan intenso, provocan un profundo deseo de sumergirse en ellas para así contagiarse de esa rica vida interior, hasta perderse en su etéreo cuerpo. Sin embargo la ilusión dura poco, ya que como llegan se van, dejando a su paso una alegría que permanece. Y al igual que la vida, el día tiene un comienzo y un final, y luego de una ausencia prolongada, las nubes rosadas vuelven a aparecer en el cielo quiteño, cuando el sol está por despedirse, para dar paso a la noche. En ese momento, parece que se libra una batalla en el firmamento, entre la luz y la sombra. Como sabias espectadoras, las nubes rosadas optan por tenderse sobre el horizonte, para hacernos creer que el cielo y la tierra se juntan, ya que el hondón quiteño así lo permite. Y es en ese preciso instante cuando todo parece ser posible, tanto que bastaría cerrar los ojos para convertirse en una nube rosada.

*susanafg22@yahoo.com

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