Susana nos lleva por las historias secretas de este Quito en busca del Chulla Quiteño, les invitamos a descubrirlo esta segunda parte.
Esquina de las calles Chile y Venezuela en donde se suicidó el Terrible Martínez. Año 1960
En busca del “Chulla Quiteño”
Segunda Parte
Susana Freire García*
El chulla, el solitario, el que no tiene pareja, escribe, pinta, canta con mínimo recurso, vive de crédito, para no morir de contado. (Fragmento del poema “El Terrible” de Ulises Estrella).
Durante las primeras décadas del siglo XX, una serie de chullas como el Lluqui Endara, el “Sordo” Piedra, el cabo Vaca, el Chalo López, el Olo Lasso, o el “Huevas” Yépez, hicieron de la capital una ciudad chispeante e irónica. Sin embargo y pese a su incomparable ingenio y sentido del humor, no alcanzaron aquel nivel de popularidad que tuvo en la sociedad quiteña Luis Eduardo Martínez Cevallos (Quito 1900- 1960), más conocido como el Terrible Martínez. Él fue la encarnación más fidedigna del “chulla quiteño”, ya que su versatilidad e ingenio no conocieron límites. Como diría el célebre poeta Hugo Alemán, amigo y compañero de aventuras “para que una tuna fuese bien montada y bien epilogada tenía que contarse con el inefable Terrible”.
Del Terrible Martínez se pueden contar diversas anécdotas e historias. Se dice que una vez su amigo Augusto Saá le regaló un borrego merino de su hacienda “Las Cuadras”. Como él siempre andaba endeudado, decidió entregar como prenda al borrego, en un acreditado negocio del Señor Guerra que quedaba por las calles Guayaquil y Oriente. Sin embargo al Señor Guerra no le hizo gracia esta situación y le sacó boleta de captura al Terrible Martínez por haber entregado “una prenda con boca”. De este singular personaje podía esperarse cualquier sorpresa, ya que en medio de una fiesta o reunión solemne podía transformarse en Hitler o en un famoso prelado. Famosa es aquella hazaña (que el Martínez llamaba “voladas”) cuando un domingo de feria en Machachi, se hizo pasar por un arzobispo, haciéndose besar la diestra por los fieles, e intercambiando bendiciones por limosnas. Además contaba con una serie de instrumentos para sus actividades de taumaturgo: naipes, bonetes, esvásticas, hilos invisibles con los que hacía caminar vasos y botellas, ante la atónita mirada de los incautos. Sin embargo no todo era jolgorio en la vida del Terrible Martínez. Tras esa alegría se escondía una profunda soledad e incertidumbre ante la vida. Como un auténtico antihéroe no halló asidero en ninguna parte, y la mayoría del tiempo tenía que sobrevivir de incontables maneras para no morirse de hambre. Aquella ironía que utilizaba para burlarse del poder, también le convirtió en un ser incomprendido. Su necesidad de insertarse en una ciudad que por momentos le parecía extraña o ajena, hizo que en más de una ocasión se sintiese perdido en una sociedad, que hacía de la hipocresía su lema.
Uno de sus amigos, Nicolás Kingman, detalló con gran sensibilidad el drama del Terrible Martínez: “si en su rostro afloraba la sonrisa, y si en todo instante estaba predispuesto a regodearse con la broma y la burla inofensiva, en lo íntimo de su ser se sentía lacerado y muchas veces marginado. Para él la vida siempre será un permanente fiasco, porque no logrará asidero, y los que le buscan y rodean en hilarantes noches de bohemia, paradójicamente no sabrán retribuirle su jovial inclinación a la alegría (…) Nunca tendrá ni refugio seguro ni consuelo, y navegará a la deriva, sin rumbo ni orientación”. Y fue precisamente ese drama intenso en que le llevó a tomar una decisión acorde con su filosofía de vida. Como si se tratase de una última burla, ingresó a una armería ubicada en los alrededores de la Plaza Grande. Llevaba en la mano un proyectil (dicen que lo halló durante la Guerra de los Cuatro Días que tuvo lugar en Quito en el año de 1932), y decididamente le pidió al dueño del negocio que le diese un revólver adecuado para el proyectil. Como el armero le conocía, no tuvo problema en entregarle el arma, ya que pensó que estaba tramando una de sus tantas jugarretas. Mas en esta ocasión, el Terrible Martínez asumió con absoluta seriedad el hecho. Sin demora insertó el proyectil en el arma, y se pegó un disparo fulminante en la cabeza. Con mano propia decidió dar término a su vida, como si se tratase de una bofetada contra todos aquellos que preferían vivir sin sentido, o conformes con su pasiva existencia.
*susanafg22@yahoo.com
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