Susana Freire García nos lleva por la espiral del tiempo y con su artículo nos hace suspirar y nos hace entender más sobre nuestro pasado ancestral.
Gallito Veleta del Churro de la Alameda
Vientos y veletas
Segunda Parte
Susana Freire García*
Al igual que en la cúpula de La Catedral, existe otro gallito-veleta en Quito. Este se encuentra ubicado en el Churo de La Alameda, rincón tradicional de nuestra ciudad, y dueño de una historia muy singular. Etimológicamente la palabra alameda significa “arbolado de álamos”. Estos árboles nativos de Europa no pudieron ser sembrados en nuestro suelo de chocoto y arcilla, así que en esta Alameda se plantaron especies nativas como los sauces (llamados huayaos en quichua), nogales y toctes. Esta necesidad de hacer de la“Alameda quiteña” algo propio, guarda relación con el hecho de que los antepasados indígenas utilizaban este terreno al que denominaron “Chuquihuada” (que quiere decir punta de lanza), como un vértice natural de convergencia y de dinamia, ya que por allí viajaban rumbo al mar o a los pueblos de la serranía.
Varios fueron los cambios y remodelaciones que se hicieron en este espacio a partir del 10 de enero de 1746, fecha en la que se inició la formación de La Alameda. Ya en la época republicana, el presidente Antonio Flores Jijón, dada su naturaleza progresista y refinada educación intelectual, puso especial énfasis en hacer de la Alameda algo similar a los jardines parisinos de Versalles. Es por ello que contrató los servicios de los horticultores europeos Enrique Fusseau (francés) y N. Santoliva (italiano), quienes habían prestado sus servicios con anterioridad en la hacienda del Sr. Gabriel Álvarez ubicada en Patate. Fue Enrique Fusseau el que más trabajó, ya que el italiano Santoliva murió repentinamente. Con gran esmero y técnica el horticultor francés creó bellísimos jardines y avenidas con nuevas y distintas especies de plantas, entre ellos cipreses esmeradamente cortados. Según testimonios de la época, existió una placa frente al Seminario Menor, en reconocimiento al trabajo de Fusseau, más lamentablemente desapareció con el paso de los años.
A raíz de la muerte de Enrique Fusseau, su hijo que llevó el mismo nombre, no solo se encargó de seguir con la obra de su padre, sino que además nos legó el Churo de La Alameda. Con los desechos de tierra obtenidos del desbanque de la calle Sodiro, empezó a construir esta singular edificación a principios del siglo XX. Siguiendo aquella tradición indígena, Fusseau (hijo) realizó mingas con vecinos y conocidos para concluir su obra. La forma espiralada del churo guarda relación con la filosofía indígena, la misma que nos enseña que en la base del churo se encuentra la Pacha Mama, en el medio está el ser humano (mujer- hombre) en perfecto estado de equilibrio, y en la cúspide los espíritus que mantienen la unidad e identidad de un pueblo.
El Churo de La Alameda se convirtió en el mirador natural preferido de los quiteños, desde aquel entonces. No solo subían al Churo para deleitarse con la vista que desde allí se tenía de la ciudad, sino para observar también al gallito- veleta que se encuentra en la cúspide del mismo. A diferencia de su pariente ubicado en la cúpula de La Catedral, su naturaleza en forma de gallo nada tiene que ver con la religión. Este gallito-veleta, tal como nos enseña la filosofía indígena, está ahí para recordarnos la importancia del amor al terruño y a lo propio. Su danza ritual con el viento, nos trae ecos de otros tiempos, para que podamos recordar lo que es importante. Y si bien nuestros antecesores observaron allí en la cúspide, a un Quito muy distinto al que conocemos ahora, posiblemente aquella sensación de libertad que proviene del encuentro con la ciudad desde la altura, siga siendo la misma. Y a la sensación de la libertad, se une la del deseo de volar imaginariamente. Es por ello que el gallito- veleta nos acompaña con su aleteo signado por el viento, hasta hacernos sentir parte del hondón que favorece.
*susanafg22@yahoo.com
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