La lucha por una educación laica no fue tarea fácil, en esta segunda parte, Susana nos lleva al pasado y nos muestra el difícil tramo que tuvieron que caminar los primeros maestros.
Retrato Carlos T. García
La lucha inicial de los primeros maestros laicos
Parte II
Susana Freire García*
A fin de contrarrestar los ataques en contra de las actividades educativas que se desarrollaban en los Normales, el entonces Director del Juan Montalvo maestro Fernando Pons, publicó en 1907 un libro titulado Breves consideraciones sobre la enseñanza laica, para explicar con argumentos sólidos la verdad acerca del laicismo, y así poner freno a la campaña manipuladora emprendida por los conservadores y algunos representantes de la Iglesia Católica, entre ellos Federico González Suárez. Con solvencia, Pons dio a conocer su punto de vista en estos términos:
La enseñanza laica tiende a ser la enseñanza de la verdad, y la verdad nunca debe espantar. Se pretende hacer creer que es mala, y hasta se la ha comparado con la lepra (…) La escuela laica, dicen los enemigos de ella, es la escuela sin Dios. Ofende a Dios quien tal dice. Dios debe estar donde está la verdad. Las escuelas laicas se proponen combatir el error, o lo que es lo mismo, enseñar la verdad: luego Dios debe estar con ellas.
A más de estas acciones, era necesario que los alumnos graduados en los Normales, empezaran a impartir sus conocimientos en las escuelas públicas del país. Es por ello que el Dr. Alfonso Freile, Gobernador de la Provincia de León (hoy Cotopaxi), invitó a los normalistas Carlos T. García, Neris Muñoz, Virgilio Arregui y José Figueroa, para que fuesen a dirigir e impartir clases en algunas escuelas de Latacunga y sus alrededores. Pese a la buena disposición del Dr. Freile y de los normalistas, la situación era adversa para los nobeles maestros. El primer día de clases solo cinco niños acudieron a la Escuela Matriz de Latacunga: dos para primer grado, uno para tercero, y dos para cuarto. La situación en las escuelas de San Felipe y San Sebastián era similar. A esto se sumaron los maltratos diarios de parte de la población civil, quienes instigados por los Hermanos Cristianos, lanzaban escupitajos e insultos a los jóvenes normalistas. La situación llegó a tal extremo que un grupo de alumnos de los HH.CC atacaron a los normalistas en la Plaza Matriz de Latacunga, y fue gracias a la intervención de un italiano y de los miembros del Batallón Pichincha, que pudieron salvar sus vidas.
Presionado por las intrigas y los enemigos políticos, el Dr. Freile renunció a su cargo de Gobernador. Al conocer que los jóvenes normalistas se quedaron sin su protector, empezaron a asomar letreros escritos con tinta roja, en las calles de Latacunga, con estos términos: “LA SANGRE DE LOS LAICOS EN LA PLAZA DE LA MATRIZ. AFUERA LOS HUAYRAPAMUSHCAS. MUERAN LOS ESPIRITISTAS. PALO A LOS PROTESTANTES”. Esto sería solo el inicio de los ataques que llegaron a su punto culminante la noche del 22 de diciembre de 1908, cuando un grupo de personas llegó hasta la vivienda en donde residían los jóvenes, para ingresar por la fuerza. Los gritos de ¡ABAJO Y MUERAN!, alteraron a los normalistas, quienes estaban acorralados por todas partes. La oportuna intervención del Batallón Pichincha logró una vez más salvarles la vida. Amparados por la oscuridad, se vieron obligados a escapar de Latacunga por el sendero del río Cutuchi, hasta poder llegar a Quito en ferrocarril.
Si bien esta primera experiencia como maestros laicos fue dura, estos nobeles maestros no se rindieron, y siguieron adelante con su misión de educar a la niñez bajo los principios humanísticos del laicismo que se fundamenta en la verdad, justicia, ciencia y razón. Es por ello que resulta justo y necesario conocer la lucha inicial de estos primeros maestros laicos, y honrar su vida y obra, ya que a ellos les debemos la permanencia de la educación laica en nuestro país.
*susanafg22@yahoo.com
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