lunes, 12 de agosto de 2013

Nuestra amiga Susana nos comparte el desenlace de la historia de Manuela Cañizares, la mujer fuerte del 10 de agosto. 


Placa en honor a Manuela Cañizares ubicada en su casa del Sagrario





Manuela Cañizares: la mujer fuerte del 10 de agosto
Final 
Susana Freire García*
Manuela Cañizares ultimó el 9 de agosto de 1809, todos los detalles previos a la reunión que tendría lugar en su casa en horas de la noche. Sabía también que el Capitán Juan Salinas había realizado contactos con sus soldados de infantería, y gente afín a la causa independentista, que al interior de los barrios quiteños ya tenían organizados a los vecinos  para hacer frente a los invasores españoles.  
Ya bien entrada la noche los cabecillas del movimiento independentista empezaron a llegar a su casa. En esta asamblea heroica estuvieron presentes alrededor de 40 personas. Lleno de emoción, Juan de Dios Morales brindó un sentido discurso, para hablar de la trascendencia de este movimiento político nacido en Quito. Sin embargo el temor se hizo presente en varios de los cabecillas, y fue en ese momento cuando Manuela Cañizares llegó al cenit de su intervención en este episodio histórico, al exigirles que no se retractaran puesto que no podían dar la espalda al pueblo quiteño. Las palabras de la mujer fuerte, hicieron eco en los patriotas, quienes aceptaron la misión de seguir adelante con el plan propuesto. Mientras Morales abandonó la reunión para encontrarse con los líderes barriales, el Capitán Juan Salinas se trasladó a su cuartel  para asegurarse la lealtad de sus soldados de infantería. Por su parte los vecinos organizados en pelotones, estaban ubicados cerca de la casa de Manuela y de la Plaza Mayor. Bajo el grito de ¡Viva Quito!, la revolución empezó. A las cinco y media de la mañana del 10 de agosto de 1809, Antonio Ante y Antonio Aguirre se dirigieron hacia el recinto del Conde Ruiz de Castilla, para informarle que la nueva Junta Soberana de Quito, lo había cesado en sus funciones como Presidente de la Real Audiencia. Cuando cumplieron su misión, los vecinos de Quito ya no pudieron contener su alegría. Se lanzaron disparos al aire en señal de victoria, mientras las campanas de las iglesias de La Merced, La Catedral, San Francisco y San Agustín resonaron con fuerza. Manuela Cañizares salió de su casa, para dar el encuentro a Antonio Ante. Su imponente presencia no pasó desapercibida. Los vecinos empezaron a gritar espontáneamente ¡Viva Manuela Cañizares! 
Días después, Juan Pio Montúfar celebró un cabildo abierto en la Sala Capitular de San Agustín para la instalación de la Junta Soberana de Quito. Lamentablemente las diferencias empezaron a surgir, ya que mientras Montúfar y sus compañeros aristócratas apelaban a la solución pacífica del conflicto, Morales, Quiroga, Riofrío y por supuesto Manuela apoyaban los cambios profundos. Juan Pío Montúfar se llenó de temor ante un posible ataque armado en contra del pueblo quiteño, y prefirió pactar con el depuesto Conde Ruiz de Castilla a fin de que éste recupere su cargo, con la condición de que no existiese ninguna represalia hacia los cabecillas del movimiento insurgente. A Manuela esta decisión le desconcertó, ya que fue un golpe de muerte en contra de la revolución quiteña. El 2 de diciembre de 1809, ingresaron a Quito 500 soldados provenientes de Lima, quienes bajo las órdenes del Coronel Arredondo, ejercieron una brutal violencia en los hogares quiteños, hasta encontrar y encarcelar a los patriotas entre los cuales se encontraban Morales, Quiroga, Salinas, Ascázubi, Larrea, Riofrío, Arenas y un hijo del general Nicolás de la Peña, a más de artesanos y representantes de los barrios de Quito. Manuela contra quien pesaba la orden de pena de muerte, huyó de Quito hacia una hacienda ubicada en el Valle de los Chillos. Durante su exilio recibió la fatal noticia del asesinato de sus compañeros de batalla, perpetrado el  2 de agosto de 1810. Pese a todos los riesgos incluyendo la orden de pena de muerte, decidió retornar a Quito en 1813, en medio de una angustiosa situación personal y económica. Recibió el auxilio de unos pocos amigos que la escondían en diferentes casas, y luego de las religiosas del Monasterio de Santa Clara, en donde pasó sus últimos días, hasta morir en 1814, a los 45 años de edad. 

Nueva Judith mujer fuerte,
que aunque acero no manejas,
dar mandobles no dejas,
por dar al contrario muerte.
La patria quiere su suerte
a las espadas fiar;
pero también esperar
de una mujer mucho puede,
para que Holofernes quede
tendido y sin respirar.
(Copla popular recogida por Juan León Mera, en honor a Manuela Cañizares)

*susanafg22@yahoo.com

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