jueves, 24 de enero de 2013

Se han preguntado ¿por qué la ciudad de Quito es Eterna?

Susana Freire Garcia, nos comparte su forma de ver a Quito y como la eternidad de la ciudad la atrapó desde la infancia.

Vista de la Colina (diciembre 2010)

Quito Eterno 

                                                                                                            Susana Freire García*

Mientras camino por las calles del centro de la ciudad, suelo pensar que mientras mi paso es efímero, ella seguirá en pie más allá de mi existencia mortal. Esta reflexión aunque cierta no deja de ser dolorosa, ya que nuestra vida es como un sutil aleteo, comparada con la de Quito. Su milenaria existencia comenzó mucho más antes de que la conociéramos tal como es ahora. Los primeros habitantes que llegaron “a esta tierra de la mitad” aproximadamente hace 10.000 años, se asentaron en ella para hacerla propia, no con el afán de apoderarse, sino de crear un lazo de pertenencia vinculado a la identidad y a los afectos.

En lo personal debo confesar que Quito es uno de mis grandes amores. Mas este sentimiento lejos de cegarme, me invita a reflexionar de manera objetiva. Es necesario amar con la cabeza y el corazón, para trabajar a favor de lo que se anhela, y así no caer en posturas reaccionarias ni en chauvinismos. Nuestra ciudad tiene en su accidentada naturaleza su fuerza y su debilidad. La fuerza está en que a pesar del desmedido daño que ha sufrido a causa del crecimiento ilimitado de la población, la inadecuada explotación de los recursos, la contaminación ambiental, la tala indiscriminada de los árboles, y el maltrato a su flora y fauna, la naturaleza sigue aflorando en Quito. Basta observar sensiblemente para dar fe de ello. Siempre hay algún gorrión que nos anima con su canto, o un mirlo que salta entre las ramas con su llamativo pico naranja. Por ahí todavía se escucha el croar de un sapo que agradece la presencia de la lluvia, o  el revoloteo de la mariposa que busca posarse sobre una flor. Aún en los terrenos más inhóspitos se ve como las débiles ramas hacen esfuerzo para aferrarse a la vida, y cómo los árboles se mantienen en pie, a pesar de los inclementes cambios climáticos. 

¿Y su debilidad en dónde está? Está en su geografía irregular, y en su vulnerabilidad ante los desastres naturales. Debilidad que dicho sea de paso, ha sido incrementada por las mismas razones que nombré anteriormente, y que no son precisamente fruto de la naturaleza, sino de nuestra escasa conciencia ambiental. Sin embargo y pese a todos los riesgos, esta ciudad me parece eterna, porque desafía su propia debilidad, y nos invita a  hacer lo propio. Cada mañana nos enfrenta a su redondeado cuerpo montañoso, para decirnos que los obstáculos pueden ser superados con fortaleza e ingenio. Cada mañana  nos deleita con sus piedras labradas y convertidas en hermosos templos, para demostrarnos que la sensibilidad humana (en este caso la sensibilidad de nuestros anónimos artesanos), es superior a los desquicios del poder y a los delirios de grandeza. 

Entonces, si nuestra vida es como un aleteo comparada con la de Quito ¿qué podemos hacer para dejar una huella o impronta? Necesitamos contar con un proyecto de vida, con una razón para existir de manera consciente y comprometida. Necesitamos marcar una diferencia entre lo natural y lo habitual, y no dejar en manos de otros aquellas decisiones que nos competen como seres humanos y como ciudadanos.

Y ya para terminar, quiero decirles que aún cuando la reflexión inicial no deja de perseguirme, deseo pensar (o tal vez soñar) que algo de mi quedará en Quito cuando llegue el momento de partir.  No sé si una caricia sobre la piedra, unos pasos impresos en alguna cuesta, o un caminar que se tornó en vuelo.  Lo que sí sé es que su eternidad me subyugó desde la infancia. 

*susanafg22@yahoo.com

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