jueves, 17 de enero de 2013


Compartimos la segunda parte de la lectura hecha por nuestra amiga Susana, en esta lectura ella nos lleva a soñar y volar por el cielo de Quito.


Desde el tejado de Santa Clara

Segunda Parte



Cielo de Quito

                                                                                                       Susana Freire García*

Luego de que nuestra guía (Carmen Ruiz) compartió información acerca de la vida conventual de las religiosas del Monasterio de Santa Clara, nos indicó que tenía preparada una sorpresa. Bajo la promesa que le hicimos de mantener silencio por respeto a nuestras anfitrionas, empezamos a subir por unas antiguas gradas de piedra. Su espiralada forma me recordó aquel principio de la filosofía aymara que nos enseña que en la vida todo sube y baja en un continuo devenir, y que por lo mismo no podemos sentir vanidad de haber llegado a la cumbre, ya que en algún momento volveremos a descender. 

Cuando llegamos al final de la escalinata, una profunda emoción se apoderó de mí. Estábamos ubicados en el tejado del monasterio. Su ondulada naturaleza similar a la de Quito, me hizo reflexionar que es precisamente en la irregularidad donde se halla su fortaleza. Al caminar sobre el tejado, mis pies experimentaron una sensación similar a la de estar transitando sobre pequeños montes. Y para alguien impaciente como yo, caminar no era precisamente lo que tenía en mente. Más bien tenía ganas de correr, desconociendo así los límites del tejado. Claro que la idea solo quedó en eso, ya que lo trascendente en ese momento, era apreciar no solo la arquitectura del monasterio, sino la hermosa vista que desde ese lugar tenía del hondón quiteño. Parecía (como siempre me ha parecido desde niña) que montañas, calles y cúpulas de iglesias, estaban al alcance de mis manos. Bastaría un leve esfuerzo para tocarlas. Esto es parte de la ilusión óptica que nos ofrece el hondón, ya que si nos colocamos en un punto alto de la ciudad, tenemos la posibilidad de apreciar una variedad de imágenes cómo si todas estuviesen en un mismo plano. 

Cúpulas del Monasterio de Santa Clara


Fue ahí desde el tejado de Santa Clara, que comprendí por qué seguramente los pájaros tienen una visión distinta de cuánto les rodea. Ellos observan las cosas desde varias perspectivas, haciendo de la unidad un todo. En cambio los seres humanos, solemos quedarnos con visiones limitadas, prejuiciadas, o peor aún alteradas, de cuanto sucede a nuestro alrededor. Preferimos estancarnos en “nuestra zona de seguridad” antes que arriesgarnos. Y esta actitud se repite igualmente en la vinculación con la ciudad. Acostumbrados a caminar en medio de sus calles, ya no somos capaces de apreciar su auténtica belleza, ya no vemos más allá de lo evidente. Los ojos miran mas no observan, ya que si en verdad estuviesen despiertos, otra sería la actitud. Y es aquí donde reside el problema, porque si no nos sentimos parte de la ciudad, tampoco la hacemos parte de nuestra vida, y podemos caer en actitudes que van desde la indiferencia a la indolencia, convirtiéndonos en presas fáciles de la manipulación. Más si la tornamos propia, el vínculo de sentido y pertenencia aflora de manera consciente. Quito necesita de actores y no de simples espectadores, Quito necesita de ciudadanos que se interesen por los problemas que a diario se suscitan, y que lejos de apoyarse en la “cultura de la queja” empiecen a generar el cambio desde sus hogares, barrios, escuelas, colegios y lugares de trabajo.

He aquí la sabiduría de la filosofía aymara. Hay que subir para volver a bajar. Hay que estar en lo alto para tener una visión amplia del panorama, y luego descender para empezar a trabajar a partir de esa visión. Hay que tener la mente y el corazón abiertos, para enfrentar los retos que este nuevo año nos depara. Y ante todo, hay que tener conciencia y lucidez para que seamos nosotros los que aportemos hacia la construcción de una ciudad más humana y equitativa, lejos de los consabidos clichés y del bombardeo mediático.

*susanafg22@yahoo.com





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