jueves, 8 de noviembre de 2012

En esta ocasión compartimos con ustedes una serie de lecturas tituladas "Un teatro para Quito", escritos por nuestra amiga Susana Freire García. Seguimos conociendo cada rincón de esta milenaria ciudad.



Un teatro para Quito
Parte I
                                                                                                  

                                                                                          Susana Freire García
                                                                                                           
Introducción
El próximo 25 de noviembre de 2012, se celebran los 125 años de fundación del Teatro Sucre. De allí la motivación de la presente serie, para que nuestros lectores conozcan los antecedentes, que rodearon a uno de los hitos culturales más importantes de Quito.

“La Civilización”   
                                                                                                                              
A diferencia de otras ciudades como Lima o Guayaquil que ya contaban con un teatro, para el año de 1877 Quito aún no tenía un espacio, en el cual tuviesen cabida las diversas manifestaciones artísticas. Las noticias que llegaban del extranjero sobre cantantes de ópera u obras teatrales, evidenciaban aún más la escasa y monótona vida cultural de la ciudad. No todos se contentaban con asistir a misa o a corridas de toros. Era urgente una oxigenación en este sentido, que abriera la posibilidad de conectarse con el mundo a través del arte.
Esto es lo que precisamente motivó a un grupo de ciudadanos, que decidieron reunirse el 24 de febrero de 1877, en la casa del  Jefe Político Don Amable Enríquez, a fin de concretar la construcción de un teatro para la capital. Como el asunto requería de seriedad y organización, optaron por denominar a su sociedad con el nombre de “La Civilización”. Entre todos los asistentes se nombraron a los representantes. La nómina quedó conformada por los siguientes intelectuales quiteños: Manuel Larrea (presidente), José Álvarez (vicepresidente), Alejandro Cárdenas (secretario), Adolfo Páez (prosecretario), y, Pedro Manuel Pérez (tesorero).
El siguiente paso fue poner en conocimiento del entonces presidente de la república General Ignacio de Veintemilla, la necesidad de impulsar este proyecto. Luego de escuchar las explicaciones de los miembros de “La Civilización”, Veintemilla aceptó la propuesta y se comprometió a donar el terreno de la antigua Plaza de las Carnicerías, valorado en 15 mil pesos, para que en él se procediera a la construcción del teatro. Animados por el apoyo del gobernante, el directorio de la organización encargó al arquitecto alemán Francisco Schmidt, la elaboración de los planos, y el cálculo del presupuesto para un teatro con capacidad para 1000 personas. Deseosos de dar a conocer los avances de su proyecto, los miembros de la agrupación publicaron en Quito una revista cultural denominada Crónica del teatro. En el número 1 de septiembre 15 de 1877, manifestaron su postura frente a la urgencia de hacer de Quito una ciudad culturalmente activa:

Las necesidades de la vida social se hacen sentir primeramente como un instinto, después se presentan al análisis de la razón, como una condición de sanidad y progreso, que no es posible desatender sin el peligro de muchos y gravísimos males. El telégrafo, el periodismo, el teatro, son para cualquier sociedad de hoy, lo que la pureza al aire, la abundancia al agua, la cercanía de los jardines, fuentes de savia vivificadora para el cuerpo y para el espíritu (…) La sociedad que los desconoce, se desconoce a sí misma, no se da cuenta de sus males, no se aprovecha de la experiencia ajena, se disgrega, perece o paraliza. Tiempo a que la de Quito viene a vueltas con el hastío de la inacción, como caída del carro triunfal en que van por las nubes, a modos de genios olímpicos, sus hermanas del mismo continente, sin voz, sin ejemplo, sin unión, que la aliente y anime a alzar el vuelo y seguirlas (…) Cumple pues ya, en vista de tal condición nuestra, tan triste y en extremo perjudicial, reconocer francamente que nos falta, no sociabilidad, cosa que está por fortuna en nuestra buena índole, sino actividad social, centros de unión y comunicación, no solo con nosotros, más también con el mundo todo, estímulos y auxilios mutuos para civilizarnos o pulir nuestra civilización, como todos se civilizan y la pulen, antes por el ejemplo de las sociedades más perfectas,  que por los esfuerzos individualmente propios.
(Continuará) 

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