jueves, 29 de noviembre de 2012

Queremos compartir una lectura sobre la Fundación de Quito, nuestro interés es que la leas y saques tus propias conclusiones sobre este tema.
Agradecemos a nuestra amiga Susana Freire García, autora de la lectura.

ORTIZ, Alfonso. Origen, traza, acomodo y crecimiento de Quito



¿Es válido celebrar la fundación de Quito?
Primera parte
                                                                                        Susana Freire García*
En los últimos años se ha debatido alrededor de las fiestas de Quito. Historiadores, investigadores, intelectuales, miembros de colectivos sociales y ciudadanos en general, han cuestionado desde diversos puntos de vista, el sentido actual de esta celebración. De ahí que en esta serie que tiene 2 partes, se brindará a nuestros lectores las herramientas necesarias para que saquen sus propias conclusiones, y más que todo reflexionen desde una óptica desprejuiciada y comprometida con la ciudad.

  •             Académicos e historiadores señalan que la fundación de Quito no fue el 6 de diciembre de 1534, sino el 28 de agosto de 1534 por parte de Diego de Almagro, en el sitio que hoy se conoce como Cajabamba- Cicalpa (provincia de Chimborazo). Según los estudiosos, esta es la fundación oficial de San Francisco de Quito, ya que en ese día se conformaron las 3 instituciones que dan legitimidad a una ciudad: Cabildo, Justicia y Regimiento. Lo que sucedió el 6 de diciembre de 1534 según se desprende de los documentos oficiales, fue la inscripción de los soldados y civiles para avecinarse en la villa recientemente fundada. Ni siquiera ese día se señalaron los solares y marcaron las calles, y menos aún se reunió el Cabildo. Por lo mismo, si nos basamos en los datos históricos no existe razón alguna para adjudicar a Sebastián de Benalcázar el título de fundador, y menos aún para determinar que el 6 de diciembre se produjo dicha fundación.

jueves, 22 de noviembre de 2012



Te tratemos el final de la serie "Un teatro para Quito", historias de la milenaria Quito escritos por Susana Freire Garcia.






Un teatro para Quito
Tercera Parte
                                                                                            Susana Freire García*

Mientras se ultimaban los detalles para la apertura del teatro, una noticia publicada en El Comercio (Bisemanario mercantil, científico, literario, político y noticioso) de noviembre 10 de 1886, acaparó la atención de los quiteños. Se anunciaba que el pianista francés Capitán Voyer deseoso de conocer la capital, salió de Guayaquil (en esta ciudad había brindado algunos conciertos) con destino a Quito. Se informaba además que él sería el encargado de inaugurar el teatro, y que después actuarían los artistas de la Compañía Jarques.  Más de un quiteño se preguntó, cuál sería la razón por la que este pianista francés quería conocer Quito, y más que todo enfrentarse a un público que por vez primera, tendría la oportunidad de estar en un teatro. Lo que ellos desconocían es que el Capitán Voyer era un músico con una larga trayectoria en Europa, y en algunos países de América Latina como Perú o Argentina, donde impresionó a los espectadores no solo por la maestría con que tocaba el piano, sino por sus audacias artísticas en el escenario. No en vano fue ovacionado en Lima cuando interpretó piezas de  Beethoven, Weber, y Mendelssohn, acompañado de una banda militar.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Amigas /os, como todos los jueves compartimos una serie de historias sobre los lugares de la milenaria Quito, en esta ocasión continuamos con la serie "Un teatro para Quito".



Un teatro para Quito
Segunda parte

                                                                           Susana Freire García*
La emoción inicial de los miembros de “La Civilización” se volvió incertidumbre, debido a que el derrocamiento de las viejas galerías de la antigua Plaza de las Carnicerías, para dar paso a la construcción del teatro, fue suspendido al poco tiempo de haber empezado. Ante esta situación, Marietta de Veintemilla, que para ese entonces ya había egresado del Colegio Sagrados Corazones y vivía en la casa familiar, no escondió su desazón, e insistió a su tío el presidente Veintemilla, para que retome el proyecto presentado por “La Civilización”. Ante la petición de la joven, el General Veintimilla celebró en 1879 un contrato entre el gobierno y la Municipalidad, a fin de que el señor Leopoldo Fernández Salvador iniciara la construcción del “Teatro Nacional”. El proyecto sería ejecutado en base a los planos que elaboró el arquitecto Francisco Schmidt.
Marietta fue la que más atención prestó al proyecto. Su naturaleza sensible y su amor por las manifestaciones artísticas, influyeron en la construcción del teatro. Incluso el nombre fue idea suya. Según su criterio éste debía llamarse “Teatro Nacional Sucre”, en honor al héroe de la independencia que ella tanto admiró. El General Veintemilla no puso ningún reparo, y comunicó al contratista Leopoldo Salvador la decisión de que el teatro lleve el nombre elegido por su sobrina. Mas la compleja situación política del país alteró los planes políticos de Ignacio de Veintimilla, quien para hacer frente a sus opositores se proclamó dictador en marzo de 1882. Tras cruentos enfrentamientos, Veintemilla fue derrotado en 1883, y obligado a exiliarse en Lima. Con Marietta ocurrió lo propio. Luego de pasar 8 meses encerrada en prisión, recibió la orden de abandonar Quito cuanto antes. Lo que más le dolió a la joven, es no poder ver al Teatro Sucre terminado de construir.

jueves, 8 de noviembre de 2012

En esta ocasión compartimos con ustedes una serie de lecturas tituladas "Un teatro para Quito", escritos por nuestra amiga Susana Freire García. Seguimos conociendo cada rincón de esta milenaria ciudad.



Un teatro para Quito
Parte I
                                                                                                  

                                                                                          Susana Freire García
                                                                                                           
Introducción
El próximo 25 de noviembre de 2012, se celebran los 125 años de fundación del Teatro Sucre. De allí la motivación de la presente serie, para que nuestros lectores conozcan los antecedentes, que rodearon a uno de los hitos culturales más importantes de Quito.

“La Civilización”   
                                                                                                                              
A diferencia de otras ciudades como Lima o Guayaquil que ya contaban con un teatro, para el año de 1877 Quito aún no tenía un espacio, en el cual tuviesen cabida las diversas manifestaciones artísticas. Las noticias que llegaban del extranjero sobre cantantes de ópera u obras teatrales, evidenciaban aún más la escasa y monótona vida cultural de la ciudad. No todos se contentaban con asistir a misa o a corridas de toros. Era urgente una oxigenación en este sentido, que abriera la posibilidad de conectarse con el mundo a través del arte.
Esto es lo que precisamente motivó a un grupo de ciudadanos, que decidieron reunirse el 24 de febrero de 1877, en la casa del  Jefe Político Don Amable Enríquez, a fin de concretar la construcción de un teatro para la capital. Como el asunto requería de seriedad y organización, optaron por denominar a su sociedad con el nombre de “La Civilización”. Entre todos los asistentes se nombraron a los representantes. La nómina quedó conformada por los siguientes intelectuales quiteños: Manuel Larrea (presidente), José Álvarez (vicepresidente), Alejandro Cárdenas (secretario), Adolfo Páez (prosecretario), y, Pedro Manuel Pérez (tesorero).

jueves, 1 de noviembre de 2012

Seguimos con nuestra serie de escritos "Estamos Bajo Techo"

Antonio Ordónez acutando en el "Cafe 77"

Estamos bajo techo
Parte III
                                                                          Susana Freire García

El año 1963 estaba por finalizar. Los jóvenes poetas llamados tzántzicos (reducidores de cabezas) que habían hecho su aparición en la vida cultural quiteña hace un año, realizaban esa mañana su recorrido normal hacia la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, de la que eran alumnos (cuando la misma funcionaba en la calle Chile, hoy sede de la Fundación Municipal San José). Les llamó la atención la apertura de una nueva cafetería que llevaba un sugestivo nombre “Café 77” (número capicúa que puede ser leído igualmente de izquierda a derecha y viceversa).  A la salida de clase, se refugiaron en la misma. Su dueño el señor Fausto Arellano, les recibió amablemente, pues intuyó la inclinación artística de los visitantes. Los poetas Ulises Estrella, Antonio Ordoñez, Marco Muñoz, Alfonso Murriagui, Simón Corral y Raúl Arias, lo tomaron como su espacio, ya que por fin contaban con un sitio para dialogar sobre poesía sin reservas. Animado por su creatividad, el señor Arellano les invitó a convertir este espacio en un café cultural. La propuesta no pudo ser mejor recibida. El café estaba ubicado en la misma casa, que en otro tiempo perteneciera a Marietta de Veintemilla. Los contertulios nuevamente podían “estar bajo techo”, tomando en cuenta que el país era gobernado por una Dictadura Militar, y la Casa de la Cultura  se hallaba bajo la égida oficialista.
Los tzántzicos iniciaron sus actividades en el Café 77, el 5 de diciembre de 1963, justamente para protestar en contra de las fiestas de la ciudad y “la serenata quiteña”. A fin de brindar una opción cultural distinta, Antonio Ordóñez presentó el monólogo Réquiem por la lluvia, de autoría del dramaturgo guayaquileño José Martínez Queirolo. Este fue el inicio de una serie de actividades, tertulias, coloquios de arte, lanzamientos de libros (en el café se vendían las revistas Pucuna, La Bufanda del Sol e Indoamérica producidas por los tzántzicos) y exposiciones artísticas, que cada vez contaban con mayor respaldo de los intelectuales que estaban en contra de la dictadura. El Café 77 se convirtió en “la Casa de la Cultura Alterna”. Artistas y creadores de la talla de Agustín Cueva, Oswaldo Guayasamín, Hugo Cifuentes, Oswaldo Viteri, Gilberto Almeida, Víctor Murriagui, Claudio Aizaga, Moisés Montalvo, entre otros, fueron parte de intensos debates y tertulias en donde la libertad de expresión jugó un papel preponderante. Tanta fue la notoriedad cultural que alcanzo el Café 77 que la revista O Cruzeiro de Brasil publicó un extenso reportaje sobre el mismo. Por su parte la famosa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica escogió al Café 77 para realizar una exposición de afiches y pinturas sobre antropología cultural, en septiembre de 1964. Más como era previsible, las tertulias y debates culturales fueron considerados por la Dictadura Militar como una amenaza, de ahí que por orden del Intendente General de Policía se ordenó la clausura del Café 77 en febrero de 1965. Lejos de someterse al poder, los tzántzicos acompañados de otros intelectuales quiteños organizaron una marcha de protesta por el centro de la ciudad, que terminó en la oficina del Intendente de Policía ubicada en la calle Mideros, para exigir la reapertura del café. Este movimiento tuvo respaldo en otras ciudades del país, y semanas después el Café 77 fue reabierto. Su actividad cultural se extendió hasta el año de 1970, dejando en Quito un legado creador y humanístico que no puede ser olvidado. Como bien lo afirma el poeta Ulises Estrella en su reciente libro La Casa de las tertulias (Quito, CCE, enero 2012), “la Casa de las Tertulias de Marietta a los tzántzicos, es una memoria incandescente y objetiva, que apunta a reelaborar y asumir seriamente lo pasado, para entender el presente”.