jueves, 13 de diciembre de 2012

Nuestra amiga Susana Freire García, nos sumerge en una antigua celebración y su importancia. Compartimos con ustedes una lectura sobre el pesebre y su historia en Quito.


Pesebre del Carmen Bajo

El pesebre: una expresión popular en Quito
                                                                                                       
                                                                                       Susana Freire García*


La fiesta de la Navidad es un momento oportuno para valorar el legado de los artesanos quiteños, en torno a una de las expresiones más populares y arraigadas en nuestra cultura como es el pesebre (denominado originalmente como Belén). Al respecto es necesario conocer que esta tradición tuvo sus orígenes en Greccio (Italia) durante el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís reprodujo en vivo el nacimiento de Cristo, un 24 de diciembre de 1223. Esta iniciativa se propagó por toda Italia, y posteriormente en España y en el resto de la Europa católica. Con la llegada de los españoles a América, esta costumbre se extendió en los territorios colonizados a través de las órdenes religiosas, principalmente la de los franciscanos. En el caso de la Audiencia de Quito, el historiador José María Vargas recuerda que uno de los primeros registros de esta tradición, se remonta a la segunda mitad del siglo XVI, cuando en la Catedral de Quito el 16 de diciembre se daba comienzo a las nueve misas de aguinaldo. Para tal efecto en cada una de las iglesias ya debía estar armado el pesebre, puesto que a diario se rezaba la Novena del Niño, y se terminaba  la misma con varios cánticos entre ellos el popular Dulce Jesús Mío.


Los artesanos quiteños encontraron en esta tradición, una de las mejores vías para dar rienda suelta a su creatividad y talento. De los talleres de reconocidos maestros como Bernardo Legarda y Manuel Chili salieron obras de una perfección y belleza inigualables, sin dejar de lado a los cientos de artesanos que dejaron su impronta más allá del anonimato. Si bien en un principio los artesanos trabajaron en base a modelos europeos, rápidamente su originalidad dejó a los mismos en un segundo plano. Las figuras centrales del nacimiento, Jesús, José y María se alejaron de los patrones conocidos, a fin de adquirir características mestizas. Basta observar aquellas obras de arte para encontrar en ellos, más de una característica propia de nuestra tierra. Los rasgos faciales son dueños de una gran expresividad, al igual que los cuerpos, con formas redondas y voluptuosas, en especial en lo que al Niño Jesús respecta. No se puede dejar de lado la policromía,  al igual que la técnica del encarnado (aquí se daba el color carne a las imágenes y se empleaba la vejiga del borrego para brindar un acabado brillante); del esgrafiado (en esta etapa se colocaba sobre la superficie de las imágenes el pan de oro  a través de un palo de boj o estilete); y del estofado (en donde se colocaban las suntuosidades del vestuario a través de diseños florales y arabescos hechos en pan de oro). Junto a la técnica, estaba el empuje creador de cada artesano. Uno de los más claros ejemplos de ello lo encontramos en el pesebre que reposa en el Carmen Bajo,  y que data del siglo XVIII. En él está reflejado el mundo mestizo en su máximo esplendor, ya que a las figuras centrales del nacimiento les rodean una serie de personajes, a los que se les ve ejerciendo oficios populares propios de Quito. Cada uno de ellos ocupa un lugar importante dentro del pesebre, tornando lo divino en humano. También están presentes los animales como el burro y el buey (al respecto ha causado inquietud entre los católicos, la última declaración del Papa Benedicto quien en su libro sobre la infancia de Jesús señala, que no hay evidencia histórica de la presencia de estos animales en el nacimiento de Cristo) ya que se evidencia el importante vínculo entre el ser humano y la naturaleza.
A tal nivel llegó la maestría de los artesanos quiteños, que ya a principios del siglo XVIII se conformó en la Audiencia de Quito toda una red de talleres artesanales que exportaban sus productos en grandes cantidades (entre ellos las piezas de los pesebres) a  los Virreinatos de Nueva Granada y Nueva España por el Norte; y a los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata por el Sur.  Esto confirma que la Escuela Quiteña y sus representantes fueron dueños de un sello propio y de una creatividad, a las que el propio Eugenio Espejo, precursor de nuestra independencia, valoró en justa medida.
*susanafg22@yahoo.com

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