jueves, 20 de diciembre de 2012

En fiestas de Navidad no solo los artesanos sorprendían con su elaborados pesebres, dentro de los silenciosos monasterios, en la paz y quietud de los claustros, mujeres de extraña habilidad entre rezos y devoción divina, sorprendían con su trabajo de mucha paciencia.
Invitamos a conocer sobre este tema en una lectura hecha por nuestra amiga Susana Freire García.

Niño Jesús con vestimenta.

“Mujeres de rara habilidad”
                                                                                           Susana Freire García*
En tiempos de la Colonia, escasas fueron las opciones con las que contaban las mujeres, al momento de elegir por un estilo de vida distinto al comúnmente asignado por la sociedad y la familia. Lo más común era que se casaran y tuvieran hijos, para así mantener el status quo del sistema patriarcal. Sin embargo hubo un privilegiado grupo de mujeres que accedieron a otra forma de vida, en la que tenían la oportunidad de educarse y contar con una “especie de independencia” frente a los patrones establecidos. Esta opción consistía en ingresar a un monasterio y dedicarse a una existencia espiritual. Claro que no todas las mujeres podían ingresar a estos lugares. En los más importantes monasterios femeninos de la Audiencia de Quito como fueron los de Santa Catalina, Santa Clara, La Concepción, Carmen Alto y Carmen Bajo, solo ingresaban las hijas de buena familia, quienes a través del pago de una dote, cuya cuantía variaba según las reglas de cada convento, pasaban de la tutela familiar a la eclesiástica. Y si bien no todas ingresaban por libre voluntad, la mayoría de ellas no tenían interés por el matrimonio y la maternidad, de ahí que contar con otras alternativas constituía un buen aliciente. Bajo las reglas de cada comunidad, las religiosas cumplían una estricta jornada de trabajo. A la par recibían una instrucción que a la mayoría de mujeres les estaba negada, y que consistía en clases de latín, canto, música, dibujo, manualidades, escultura, pintura, entre otras. Esto les permitió alcanzar un estatus superior, al que algunas de ellas supieron explotar con buenos frutos, como es el caso de Sor Catalina de Jesús Herrera, Sor Gertrudis de San Idelfonso, Sor Juana de Jesús, o Sor María Estefanía de San José  (conocida como la Madre Magdalena Dávalos) quien fue una hábil escultora, cuyas obras reposan en la iglesia del Carmen Bajo.

A más de la entrega de la dote, los monasterios femeninos tenían otros ingresos económicos, siendo uno de los rubros más importantes, el correspondiente a los productos manuales que elaboraban las religiosas. Al respecto el sacerdote jesuita Mario Cicala al referirse a las destrezas de estas mujeres señaló que “por lo que se refiere a la muy rara habilidad en trabajos manuales y otras manufacturas propias de las monjas, éstas son admirables en hacer flores de todas clases, finísimas y muy vistosas; son muy diestras en el recamado; trabajan con el torno, fijo y de mano y al aire, maravillosamente el marfil y otras maderas preciosísimas”. Al efecto las religiosas ya sea bajo pedido (durante las fiestas de Navidad) o por iniciativa propia, elaboraban finísimos y delicados bordados, específicamente los relacionados con la vestimenta de la Virgen María o el Niño Jesús. A este último dedicaban una profunda veneración que se reflejaba en los diversos ajuares que le hacían. Para los mismos utilizaban tafetán morado, seda blanca de Granada, flecos de hilos de oro y plata, velillo, y hojuelas de colores. Además diseñaban pequeñas cobijas para cubrirlo, adornadas con hermosos diseños florales. Bajo el lema Ora y labora, las religiosas en los distintos conventos, desplegaron su particular estética en cada traje que confeccionaban, dando rienda suelta a una sensibilidad que sobrepasó las murallas de los conventos. La demanda de sus productos era tal que no solo circulaban dentro del territorio de la Audiencia de Quito, sino también en el exterior, siendo el Virreinato del Perú y concretamente Lima, uno de los destinos favoritos. No en vano existen datos como los que señala la historiadora Christiana Borchart, acerca de la existencia de pequeños talleres en los monasterios a finales del siglo XVIII, en donde a más de las religiosas, sus sirvientas y esclavas también confeccionaban esta clase de productos, para su diario sustento económico.

*susanafg22@yahoo.com

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