miércoles, 15 de enero de 2014

Los Chullas no han muerto, siguen por ahí dando de que hablar y mostrando porque hay que ganarse el título de "Chulla Quiteño", gracias a Susana por ser observadora y compartir este artículo.

Chullas quiteños en la calle Flores 1868. Fuente El Quito que se fue



Un Chulla en el trolebús
Susana Freire García*
En lo personal, estoy a distancia de aquella discusión  (a mi parecer bizantina) de si desaparecieron o no de la vida cotidiana de Quito, los inolvidables chullas quiteños. Esta es una tarea que prefiero dejarles a los sociólogos o historiadores, quienes son los más apropiados para discutir acercadel tema.  Mi apreciación del mismo, se basa mas bien en mi calidad de peatona de Quito, y  mi consabida curiosidad por observar lo que sucede alrededor. Y es precisamente sobre algo que atestigüé en días pasados, de lo que voy a referirme en este texto. Me hallaba como tantos usuarios, movilizándome dentro de un atestado trolebús, cuando de repente llamó mi atención, un joven vendedor que empezó a hablarnos sobre las claves del éxito laboral y social, tan indispensables para emprender un nuevo año. Acto seguido, reprodujo un CD de autoayuda, para que escuchemos una serie de reflexiones en torno al amor, la familia, la crianza de los hijos, el matrimonio, el perdón, la superación a través de la enfermedad, entre otras cosas.  Luego, volvió a intervenir y nos prometió que si comprábamos su producto y aplicábamos las claves del éxito, pasaríamos a convertirnos de simples asalariados en dueños de nuestras propias empresas, y de unos desconocidos, a personas públicas e importantes. Incluso aseveró que él era la mejor muestra de que el éxito es posible aplicando fielmente el  producto ofrecido. Lo más interesante de este vendedor, era la convicción con la que hablaba, y el cuidado con el que utilizaba cada palabra y cada movimiento. Además lucía un impecable peinado con raya a la mitad bien engominado, y un terno negro planchado con esmero.
Cuando se hallaba en lo mejor de su discurso, el vendedor se vio interrumpido por un guardia de seguridad, que le recordó que están prohibidas las ventas ambulantes al interior del trolebús, para salvaguardar la seguridad de los usuarios. Él hizo caso omiso de estas palabras, y siguió con la intervención. Al sentirse ignorado, el guardia tomó  por el brazo al aludido, con  intención de expulsarlo. El vendedor reaccionó al instante, y le exigió al guardia que sea educado, y que no le arrugue el traje. Luego se produjo una discusión entre ambos, siendo el vendedor el que daba los mejores argumentos. Mientras esto ocurría, íntimamente experimenté un sentimiento de solidaridad hacia este heredero de nuestro chulla quiteño, ya que con todas las distancias del caso, reunía ciertas características que lo acercan a este singular personaje: facilidad de palabra, poder de convicción, hacedor de sueños, aires de hombre de mundo, cuidadoso con la apariencia personal, cuentista, reacio a cumplir las órdenes o las leyes establecidas, rebeldía de antihéroe, entre otras.
Cansado de discutir, el guardia se paró junto al vendedor, para asegurarse de que no volviese a sus andanzas. Él por su parte y con aire ofendido, no expresó palabra alguna ante la mirada burlona de los presentes.  Cuando el trolebús se acercó a la parada de la Plaza del Teatro, dijo en voz alta “que se retiraba por su propia voluntad, y no porque el guardia se lo exigía”. Algunas carcajadas se dejaron escuchar, mientras yo busqué la manera de seguirlo con la mirada, a través de la ventana. Pude observar cómo se alisó el cabello para asegurarse de que su peinado estuviese en regla, y luego acarició su traje intentando borrar cualquier arruga que pudo haberle causado el guardia. Dignamente  empezó a caminar, hasta perderse en el anonimato, mientras su maletín negro zigzagueaba al ritmo de sus pasos.
*susanafg22@yahoo.com

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