Por: Alex Manzano
Definitivamente Quito no es la misma desde hace algunas semanas. No se han construido modernos edificios, tampoco eficientes avenidas al vivo estilo del siglo XXI, el sol nos ilumina de la misma manera, la lluvia ha caído hacia abajo como siempre y con todas estas acostumbradas normalidades, no es la misma para mí.
¡Cómo ha de ser la misma ciudad de todos los días si ahora las casas del centro histórico, antes desapercibidas para mis sentidos me cuentan historias nunca sospechadas! Ahora que las calles me cantan al oído diversas anécdotas comprendo gran parte de la forma en la que se ha construido la actual ciudad y cómo gran número de acontecimientos en la misma sucedidos se repiten variando sus formas, pero de contenidos y personajes bastante parecidos. Las casas emanan olores de pasados años, las voces de los fantasmas se niegan a morir cuando hay alguien que los recuerda, que los convoca trayéndolos al presente haciendo que revivamos un no muy lejano Quito.
Soleada la mañana y con los nada extraños vientos fríos entré acompañado de un excelente compañero, Lenin, a la antigua Maternidad en la cual funciona actualmente la Escuela Taller Nº 1. Impactante fue el primer encuentro con el interior de la antigua Maternidad, ya que a los iniciales tímidos pasos, se presentaron ante mí cuatro grandes enredaderas de flores de un color muy vivo, ente amarillas y tomates, que se alzaban vistiendo las columnas de la entrada.
Entramos al primer salón donde el baile de muñecas de los futuros maestros en el arte del tallado de madera rítmicamente acompañaban las canciones de una radio vieja que proyectando sus ondas rompían el silencio impuesto por la concentración y dedicación de los casi egresados; estaban elaborando su obra final que han de presentarla en marzo del presente año. Todos ellos conocían a Lenin de antes, ya que el lugar era parte de su recorrido. Ahora empezó con las primeras explicaciones y recomendaciones para que pueda tener ideas para mis futuras visitas al taller. Me fue difícil atender las explicaciones dadas, o tal vez las dejé en segundo plano ya que me encontraba sorprendido y emocionado al ver parte de los trabajos ya realizados por los estudiantes, las técnicas utilizadas revelaban gran talento, ni siquiera imaginé que existían estos talleres, es por eso y por mi inhabilidad con las manos para algunos trabajos que las palabras escogidas para este taller son definitivamente sorpresa y admiración.
Bajamos después al taller donde se trabaja la piedra, gran contraste de esta con el color de la madera, con su textura y en fin con todo, pero no por eso menos bella. El Maestro Gonzalo Guachamín, responsable de la enseñanza en este taller nos recibió sin mayor sorpresa, puesto una chaqueta jean, botas, una gorra desgastada y sus manos llenas del polvo que las cubre al dar cada golpe a la piedra para que tome la forma deseada. Sin darme cuenta el maestro ya estaba hablando de cómo desarrollo su destreza para trabajar la piedra de forma que le permitiera participar en obras que hasta hoy al recordarlas hace que sus ojos se llenen de un especial brillo y su voz se agrande. Le pidió a su alumno (el último que queda ya que “los otros nueve ciudadanos” han dejado la escuela taller hace algún tiempo) que sacara un libro. Detenerse y pensar en los requerimientos para lograr un trabajo de piedra que sea tan bueno como para estar en lugares como el Teatro Universitario, Congreso Nacional, en iglesias y que además todo esto sea documento en un libro hecho por la Casa de la Cultura, demuestra que en realidad las personas que las realizaron sabían muy bien lo que hacían.
Al salir de la antigua maternidad muchas preguntas me atraparon, no tendrán respuesta, pero es bueno plantearlas: ¿Cuántas de las personas que veo a diario caminando por la calle tendrán trabajos u oficios tan peculiares, que son grandes, aunque no sean conocidos y menos aún reconocidos?
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