miércoles, 25 de febrero de 2009

Esquizofrenia

Por: Natalia Dávila

Entrar en personaje es sambullirse en otro mundo, es ser parcialmente esquizofrénico para tener la convicción de una realidad en la propia piel y poder transmitírsela a los demás con credibilidad, o por lo menos sin una burda sobre actuación. Pero qué sucede cuando en medio de esta magia, una profesora de la institución que está asisitiendo a una Ruta de Leyenda, suelta una pregunta del calibre de una bomba atómica para el personaje en acción: “Señoritaaaaa, ¿y ésto que ustedes hacen lo financia el Municipio? ¿Y usted estudió para ser guía de turismoooo?” Es importante situar el momento de la pregunta, porque si se diera de manera discreta, sería un hecho mínimo. Pero no, sucede justo en medio de la ruta, cuando se reparten los refrigerios a los estudiantes y todos ellos se encuentran juntos y escuchando cada palabra de su maestro.

Es tan brutal el impacto de este tipo de preguntas, y peor si llegan juntas, que el romanticismo de esta historia de matices blanco y negro, y traida de hace más de cien años, es empapada por un inesperado baldazo de realidad. En un segundo, el trabajo de ambientación, el carácter adquirido, la postura, el tono de voz, TODO, desaparecen, y la persona tras el personaje emerge...

A una simplemente le sacan los diablos

A un tris de reprender a la maestra, en un esfuerzo sobrehumano por contener a la bestia dentro de mí, logro una sonrisa cordial que emerge también con una respuesta definitiva: NO. Pero es demasiado tarde, ya las estudiantes han saltado dentro de la ruptura para averiguarlo todo, “¿y qué estudió, y cómo se llama, y cuántos años tiene?”. En ese punto es casi imposible salir airosa e intocada de tal acoso, así que arrinconada por niñas curiosísimas, suelto un par de datos. “No soy guía de turismo, tengo un título de arquitecta, pero en realidad soy pianista”. La curiosidad ha sido engañada, así que me doy la vuelta y retomo mi personaje, cuando de pronto escucho: “Woooow, es arquitecta y es pianista, y además es actriz y utiliza ese vestiiiiido. Cuando sea grande quiero ser como tú, ¡eres una DIVA!”. No hay manera de contenerse ante este tipo de comentarios, y la carcajada al unísono fue inevitable. Luego de esto, a pesar de haber perdido la solemnidad, conservé su respeto, atención y colaboración para alimentar de datos mi ruta para futuras vivencias. Nunca hay que negarse a aceptar información que una no posee. Al hablar de Santa Mariana de Jesús y las penitencias que se hacía con ortiga, rápidamente me contaron que un efectivo remedio casero consistía en untarse mocos para aliviar el ardor.

¿Para qué resistirse? Es más fácil dejarlo fluir y reír, y reconocer que una de las cosas más satisfactorias de este trabajo es ese contacto con la espontaneidad, el indefenso descaro, y la vivacidad que poseen los niños y los adolescentes, y que nunca deberíamos perder. Gracias a ellos, las rutas tienen vida y yo, mi título de Diva.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ehh es distinto como la vida resplandece cuando tienes cerca el amor... basta q alguien lo toque para q este nuevo sujeto emprenda un nuevo viaje... y ya todo parece pasajero y nada interrumpe asi como algo contagioso... lo demàs solo causa risa. y uno se rie de uno mismo asi haya estado enojado antes...ya no importa me alegro que las cosas cambien y que cada uno se otorgue un sentido.