Édgar Freire-García
La estética ha dejado de ser desde hace mucho, una cuestión de forma y menos aún, de belleza, entendida en su sentido clásico, ya que dadas las miles de perspectivas y maneras de ver el mundo, la belleza es un concepto que depende de cada punto de vista personal y social. Y con esta primera reflexión, la pregunta que salta a mi mente mientras camino por un calle cualquiera es ¿cuál es la belleza de una ciudad? ¿a qué se refiere un niño cuando dice “mi ciudad es linda” o cuando en una tarea escolar le mandan a pintar lo que más le guste de su ciudad, y el niño pinta unas montañas –quizá el Panecillo-, una plaza, una iglesia…? ¿Así -me he preguntado- se cree bello lo que nos han mostrado como bello dentro de unos parámetros específicos? Y siendo esta la respuesta más lógica, entonces ¿a qué se considera como bello en esta ciudad?
Bello es: lo limpio, lo claro, lo bueno, el buen olor, lo histórico, lo artístico, lo “pan de oro”. Entonces surgen en la ciudad esquinas desoladas, calles intransitadas, paredes a las que nadie se arrima, espacios malditos incluso paganos (que suena arcaico en esta época, pero aún se siente), espacios en donde se encuentran personas –entes diría yo- que han hallado en ellos la luz y sombra necesarias como para pintar el claro-oscuro correspondiente a esta ciudad.
Nuestros ojos han sido domesticados por una idea de percepción que nos ha hecho amar lo bello y huir de lo feo. Cuadro: Son las nueve y media de la noche, en la Veintemilla hay varios autos parqueados, algunos salen del auto, caminan un poco, y bajan gradas para descender al Seseribó u otra discoteca. Un cuidador de autos con pantalón café oscuro y saco de lana azul, oscuro también, pasea de un lado a otro y de vez en cuando recibe alguna moneda. Un viento que augura neblina más tarde, arrastra hojas secas de árboles anónimos, árboles que parecen estar solamente pintados. Veredas de cemento quebradas, varias rajaduras que quizá serán esquivadas por algún viandante. Un basurero común y corriente, a punto de desbordarse. Casas y edificios pálidos, rejas descoloridas. Dos o tres postes de luz que apenas dan un ambiente de color a este escenario… Sentado en una grada observo este paisaje y me enamoro del contraste, me siento como-en-casa, en mi apacible casa moral, en donde mis valores y percepciones se tornan espontáneas a una naturaleza que se ha negado, a nuestros pequeños y múltiples infiernos… Todo esto dentro de una estética, una estética que no responde al canon de belleza, una estética que responde a la “historia corporal” de la ciudad, una estética visceral y por ello quizá, más viva, más humana.
Sin embargo, cada cual es libre de tener una versión sobre lo estético, pero de vez en cuando es bueno preguntarse ¿a qué se vuelven ciegos mis ojos?, y, mientras se responden voy a seguir hurgando en basureros para ver si soy tragado por algún intestino insospechado.
1 comentario:
Ciertamente la estética tanto como la ética no son valores universales, sin embargo siempre se van manifestando tendencias hacia lo que llamamos bello o feo, malo o bueno, moral o inmoral. En tu artículo manifiestas una estética y una ética determinada. Una estética cuando utilizas determinadas palabras y las juntas y una ética cuando asumes una posición frente a una situación, lugar y preferencia. No se a donde vas con tu reflexión, si es a simplemente manifestar tu disconformidad con lo establecido, dejando claro que sientes la necesidad de ir contra la corriente o....buscar otras formas ética y estética?
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